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  1. dangerdanger

    Grow S.R.L [ESPAĂ‘OL]

    Estimados, sepan disculpar mi ausencia. Hace tiempo que no subo nada y extrañaba hacerlo. Pero bueno, acá estoy de vuelta y espero poder darle mayor continuidad a esta nueva historia. Mi idea es que sea algo bien largo y que disfruten leer capítulos extensos. Es un poco ambicioso, pero espero poder sentarme de forma regular para avanzar con esta idea que me excita bastante. Ojalá les guste. Espero sus comentarios, ideas y sugerencias. Grow S.R.L. 1. La idea de Grow no era nada revolucionaria; tan solo una aplicación online para la administración de todos los procesos de HR de una empresa. El objetivo era vender el servicio de la app, soporte, mejoras y desarrollo custom para cada uno de los clientes. Eso fue lo que me contó Juan la tarde en que me invitó a tomar un café. Llegué quince minutos antes de la hora pautada y me senté junto a la ventana a esperarlo. Hacía poco que yo había cumplido 40 años y me encontraba en un momento de mi carrera laboral en la que me estaba replanteando cosas. Hacía varios años que trabajaba en la misma empresa y de repente la idea de cambiar de trabajo me había interesado. Por eso había aceptado la invitación de Juan. —¡Nano! —me llamó Juan sonriendo ni bien entró en el café. Ese había sido mi sobrenombre durante la época en la que habíamos trabajado juntos, Nano. No es muy difícil imaginar de dónde venía y más considerando mi metro sesenta de estatura. No es que Juan fuese demasiado alto, pero con su metro setenta ya quedaba afuera de esa categoría. Juan y yo nos habíamos conocido hacía algunos años en una empresa de software en la que trabajamos juntos durante un tiempo hasta que él decidió encarar un proyecto personal. Juan era un chico extrovertido, que le gustaba hablar y hacerse amigos. Era pelado y usaba anteojos. Nunca había entendido qué me gustaba de él, quizás su actitud un poco goofy sin serlo del todo. Nunca lo tuve en claro, porque no se parecía en nada a los hombres que yo solía mirar. Tampoco es que Juan me gustara, pero había algo de él que me calentaba. También es verdad que siempre me habían calentado los hombres heterosexuales. Nos dimos un abrazo y para mi sorpresa me dio un beso en el cachete. Sentir su cuerpo más grande que él mío me hizo sentir cosquillas en la entrepierna. Eso es otra cosa que siempre me calentó: la diferencia de tamaño. Encontrarme cerca de alguien más grande siempre me producía un estremecimiento. Juan no era ni gordo ni flaco, tampoco tenía lo que se dice un buen cuerpo. No hacía deporte y yo solo había logrado que me acompañara al gimnasio durante menos de un mes hacía varios años. Tener más músculos no era algo que le interesara. De todos modos sentir su cuerpo junto al mío me provocó esa inconfundible sensación de querer tocarlo un poco más. —¡Que lindo verte! —me dijo y sonriendo me preguntó— ¿Te achicaste? —Callate, pelotudo —le dije empujándolo suavemente. Nos sentamos y nos pusimos a hablar. Volví a sentirme un poco hipnotizado como hacía años y me volví a preguntar qué era lo que me gustaba de él. Igual sabía que no era solo que algo me gustaba de él, había algo mío en juego también, como cierta competencia entre hombres. Eso era algo que me calentaba y me producía rechazo a la vez. Quizás por esa competencia implícita entre nosotros que yo sentía, nunca me había permitido fantasear demasiado con él. Me contó de la empresa que había fundado cuando renunció al proyecto en que trabajábamos juntos y qué después la había vendido y que ahora estaba arrancando un nuevo proyecto. Automáticamente me pregunté cuánto debía haber hecho con esa venta. ¿Se había forrado en guita? No sé porque me importaba tanto eso, pero era algo que también me producía una inquietud: ¿cuánta guita tenía Juan? —Me encantaría que trabajaras con nosotros —me dijo—. Creo que el proyecto te puede gustar, además vos sabés bastante de todos los procesos de recursos humanos y creo que podrías aportar un montón de valor. —¿Nosotros? —Somos dos socios, Javi y yo. Javi está orientado a ventas y yo a desarrollo. Necesitamos alguien que sepa más de los procesos y por eso pensé en vos. En un principio no vamos a contratar a nadie más así que vamos a ser solo vos y yo desarrollando y Javi encargándose de las ventas. Javi es un amigo mío de la infancia. Es un león en los negocios, te puede vender lo que sea y tiene algunos contactos con empresas a las que les interesaría un sistema como el nuestro. Tengo algo desarrollado, pero todavía le falta un empujón a algunas de las ideas. —Suena interesante, pero la pregunta que tengo es… —¿Condiciones? —Te imaginarás que no estoy para ser desarrollador raso… —Mirá podemos ofrecerte un buen salario y darte un bono atado a ventas. Si mal no recuerdo los números de cuando laburábamos juntos creo que podemos mejorar tu salario mensual y quizás duplicar el bono anual. —¿Vacaciones? —Cuando quieras irte de vacaciones te vas y listo y si me copa el lugar nos vamos juntos. Sonreí y no pude evitar sonrojarme un poco ante la idea de irnos de vacaciones los dos. También era verdad que la idea de que Juan fuese mi jefe, que me pagara mi salario me producía algo entre el erotismo y la humillación. —¿Horario? —pregunté. —No esperes que yo entre antes de las diez. Y a las seis ya no me vas a ver. Así que no espero que nadie que trabaje en la empresa haga otra cosa. Quiero que sea un ambiente relajado. Después me contó un poco sobre las tecnologías y sobre el proyecto en sí. Al final me dijo: —La verdad que me dan muchas ganas de volver a trabajar juntos, extrañaba codear con vos. La pasábamos bien. En un segundo volví a imaginar ese mismo encuentro, pero con Juan unos diez centímetros más alto, con su camisa a cuadros intentando contener un pecho enorme y musculoso y un jean apretado para semejantes piernas y una pija más grande que mi antebrazo. Lo imaginé acercándose mientras yo me daba cuenta de la diferencia de tamaño que ahora había entre nosotros. Me lo imaginé sonriendo desde arriba de sus musculosos pectorales antes de flexionar sus increibles brazos y decir: “¿Te gusta lo grande que me puse, enano?”. Supongo que ese pensamiento fue el que me hizo tener ganas de aceptar su oferta y ver qué pasaba. —Lo voy a pensar… —le dije. A los pocos día Juan me mandó el link al perfil de Javier de Linkedin y me metí para ver su foto. Era un pibe fachero y un poco canchero, pelo cortito y barba al ras. Tenía diez años menos que yo y claramente había hecho su carrera laboral mucho más rápido. Copié su nombre y lo busqué en Instagram. Descubrí que su perfil no era privado. Siempre me había llamado la atención las personas que ponían su perfil de Instagram público para que cualquiera pudiera verlo. Ni bien vi las primera fotos entendí por qué lo tenía público: a Javier le gustaba mostrarse. En casi todas las fotos estaba en la playa, sin remera con un cuerpo bastante trabajado y siempre acompañado con alguna chica diferente. Por las fotos supuse que debía ser un poco más alto que Juan. Se notaba que hacía deporte y se cuidaba. No es que fuese Mr. Musculo, pero se veía una pequeña sombra de sus abdominales y de sus pectorales. Pensé que definitivamente Javier se vería bastante mejor con unos músculos más grandes. Lo necesario para que su pecho sobresaliese un poco bajo su camisa y para que sus brazos estiraran las mangas de la remera. Algo que le diera un empujón a ese aspecto viril que ya tenía. Un cuerpo musculoso y grande para alardear en redes sociales. No voy a negarlo: me pasé el fin de semana viendo los perfiles de Instagram de ambos. Y me pajeé imaginando como sería trabajar con ellos y hacer “de las mías”. El lunes por la mañana le mandé un mensaje a Juan y a modo de chiste le dije: —Buen día, jefecito, ¿cuándo arrancamos? Me mandó un y me dijo que me llamaba más tarde. El día que conocí la oficina me pareció un lugar demasiado grande para una empresa de tres personas. Tenía cuatro mesas para con ocho sillas cada una, dos oficinas, una sala de conferencias para diez personas y un baño con dos duchas. Cuando le pregunté a Juan porqué habían alquilado un espacio tan grande, me guiñó un ojo y dijo: —Tenemos muchas ganas de crecer. En ese momento escuché el inodoro y del baño salió Javier. En persona era mucho más atractivo que en las fotos, solo su forma de caminar emanaba una presencia masculina y dominante. Recordé que Juan me había dicho que era un león en los negocios y de pronto entendí exactamente a lo que se refería. Había algo en la forma de moverse de Javier, una confianza y una forma de mirar que lo volvían eso: un león. —Javi, te presento a Nano. —Bienvenido —dijo mientras me daba un fuerte apretón de manos—. Juancito me habló muy bien de vos. Espero que te cope lo que vamos a estar haciendo. —Lo mismo digo —dije yo un poco incomodo y excitado a la vez. De cerca parecía todavía más alto que en las fotos, supuse que debía medir alrededor del metro setenta y cinco. Sus manos eran grandes y sus antebrazos hacían parecer a los míos como dos fideos. Con solo verlo me di cuenta que iba al gimnasio de forma regular. Quizás no se mataba en hacer crecer sus músculos, pero de seguro quería cuidar su figura. ¡Y qué figura! Por un segundo me lo imaginé sacándose la remera y tuve que pestañear varias veces para disimular que estaba mirando su hermoso cuerpo. “¿Cómo se vería con 5 kilos más de músculo?” El primer día solo charlamos. Me mostraron la aplicación y me contaron sobre el estado actual del sitio, las funcionalidades que le faltaban y todo lo que tenían pensado agregarle. Después me contaron el estado de la negociación con algunos potenciales clientes. Javier tenía las cosas muy claras, sabía dónde estaba y a donde quería ir. Cuando te miraba a los ojos sentías esa determinación a convertirse en algo mucho más grande de lo que era. En algún momento, mientras hablaba pensé “definitivamente necesita 5 kilos más de músculo”. Después fuimos a un restaurante a comer. Cuando nos sentamos a la mesa, Javier nos contó sobre una mina que había conocido hacía unos días. —Tiene unas tetas así de grandes —dijo mostrándonos con las dos manos sobre sus pectorales—. Está para comérsela toda. Lástima que la muy turra solo sale con chabones con mucha guita o jugadores de rugby. El último chabón que se garchó de seguro pesaba el doble que yo, el muy hijo de puta tenía unos tubos más grande que mis piernas. Mientras hablaba Javier se desabrochó el primer botón de su camisa y se empezó a acariciar el pecho cubierto de una fina capa de pelos. No tardé en darme cuenta de que era uno de esos pibes hiper sexuales a los que les gusta tocarse y tocar a las personas. Hablar de los cuerpos y resaltar sus atributos físicos. Después le preguntó a Juan si se seguía viendo con una chica con la que había estado saliendo y él sonrió y le respondió que sí. —Ah, vas para el celibato —dijo Javier. —No sé —dijo Juan con su hermosa sonrisa—, estamos bien. Le gusta que le cocine. —Boludo —dijo dándome un codazo—, este es igual a mi vieja —y mirando a Juan agregó—. ¿Le cocinás? —Sí, ya sabés, me gusta pasar tiempo con ella. No recordaba que Juan hubiera estado en pareja. Probablemente le habría conocido después de cambiar de trabajo. —¿Y vos, nanito? —me preguntó Javier de repente con un brillo en la mirada—. ¿Te estás garchando a alguien? —Ahora estoy soltero —dijo sonriendo y echándole un vistazo a Juan. Juan sabía que yo era gay, pero no tenía idea si él le había contado a Javier. —Podés estar soltero y garchándote a alguien sin problema —me dijo con una sonrisa. —Nop, en este momento, estoy solari. Me miró a los ojos y sonrió. —¿Y cómo te gustan? —preguntó. —¿Qué cosa? Javier sonrió y se estiró hacia atrás. —A mí me gustan las minas con las tetas y el culo bien grandes y cuanto más putas mejor. A este —dijo dándole un golpe a Juan—, a este le gusta cocinarles. ¿Y a vos, qué chabones te gustan? Ah bueno… eso resolvía el misterio de si Juan le había contado. —Eeeehhhhhh… —Sos un pelotudo, Javi —dijo Juan riéndose—. No le hagas caso, Nano. De lo único que sabe hablar este es de sexo. —¿Qué tiene de malo? —le dijo a Juan y agarrándome el hombro me preguntó— ¿Te molesta? —No, no, no, está todo bien. Es solo que no suelo hablar de eso con chabones heterosexuales. Javier se pasó una mano por el pelo y dijo: —Esa boludez de heterosexuales. Acá el único 100% heterosexual es doña Juancita la cocinera y mirá las boludeces que te cuenta. Yo me acosté con algunos chabones, fue hace tiempo, pero esas cosas van y vuelven. Su confesión me sorprendió. La verdad que no lo hubiera esperado de alguien como él que emanaba una virilidad sin rajaduras. —A vos te gustan grandotes, ¿no? —dijo de repente. —¡¿Lo qué?! —pregunté más sorprendido y desconcertado. De pronto sí me sentía incómodo. —A los chiquitos como vos siempre le gustan los hombres grandotes bien musculosos, esos que tienen unos tubos todos trabados y las tetas que les estiran la remera. De pronto el calor se me subió a la cabeza y su voz resonó en mis orejas mucho más grave de lo que era. —Dale, boludo, cortala —le dijo Juan—. No quiere hablar de eso. —Bueno, chabón, era solo algo para charlar. Si yo no saco tema ustedes se quedan callados —dijo y me guiñó un ojo—. Además no me parece nada raro, para mí un chabón musculoso es lo mismo que una mina con tetas grandes. Si hubiera sido gay me habrían gustado los chabones todos trabados esos con el pecho bien pero bien grande y que no pueden bajar los brazos de lo inflados que están. El calor se me expandió al resto del cuerpo y un segundo después sentí la espalda fría. La única razón por la que me quedé sentado en mi lugar sin moverme era porque no quería que pensaran que Javier me había intimidado con sus preguntas. Intimidado era poco. Me había calentado como loco. Esa forma tan dominante y despreocupada, así tan directo y sin vueltas de pronto me había arrasado. Cuando se fue al baño levanté la mirada de mi plato y lo vi alejarse mientras pensaba “definitivamente necesita 10 kilos más de músculo”. Esa tarde ni bien llegué a casa abrí el Instagram de Javier y me masturbé imaginándolo apretándome contra la pared mientras su cuerpo se inflaba y me decía “¿Te calientan mis músculos, enano? Mirá el tamaño de mis tetas…” La verdad es que no sé qué tengo con los chabones musculosos, pero me calientan. En parte seguro es por los músculos. No hay nada que me caliente más que unos pectorales bien trabajados, grandes y duros. Me encanta cuando tienen esos brazos que parecen árboles gruesos llenos de nudos. Pero en parte también me calienta pensar qué clase de perversos son que quieren que todos vean su cuerpo super desarrollado. Me encanta que quieran andar sin remera o con ropa bien suelta para que todos vean lo trabados que están, lo enormes que son sus brazos y lo ancho de su espalda. Es algo que me vuelve loco, esa cosa exhibicionista y medio de prostituto que tienen los chabones musculosos. Me encanta como se mueven así como robots, para resaltar lo duros que están. Y me copa la ropa que usan toda apretada. También me excita pensar lo fuertes que son y siempre me la paso preguntando cuánto levantarán de banco plano… Y supongo que algo de esa obsesión debe tener que ver con mi condición… Perdón… Me estoy adelantando… Ya aprendí hace tiempo que no tiene sentido que intente explicarlo, es algo que simplemente no tiene explicación, al menos no una que yo conozca. Estas cosas siempre es mejor mostrarlas. La cuestión es que el miércoles antes de llegar a la oficina les mandé un mensaje al grupo de wasap que teníamos con Juan y Javi. —Muchachos, estoy en Starbucks, ¿alguno quiere algo? —Traeme un late —dijo Javi. —Lo mismo —dijo Juan. Mi corazón saltó de alegría. Pedí tres late: —Uno para Nano, otro para Javi y otro para Juan. Cuando me los dieron me metí en el baño, puse la traba y le saqué la tapa al café que decía Javi. Lo apoyé sobre el inodoro, me bajé el cierre del jean y me empecé a masturbar. Cerré los ojos y me imaginé a Javi recostado sobre la silla frente a mí con la camisa entreabierta dejando a la vista unos pectorales enormes y peludos. Lo imaginé pasándose la mano por uno de ellos disfrutando lo grande, duro y redondo que era mientras decía “me calienta tener las tetas tan grandes”. Acabé en un segundo y vi el semen hundirse en el café. Lo mezclé con el dedo para que no quedaran grumos y me limpié en el lavamanos. Cuando llegué a la oficina Javier estaba hablando por teléfono y Juan estaba en el baño. Le dejé su café a Javier y él me agradeció con un beso al aire. Cuando Juan salió le dije que le había dejado el café en su escritorio y me senté frente a la compu a ver las noticias. Javi cortó el teléfono y le gritó al aparato: —¡Viejo puto soltá la guita! Juan se sentó sobre la mesa y le pegó en el hombro. —La concha de la lora, boludo, ¿no se puede putear tranquilo? Después se fue al baño y cuando volvió se paró frente a su escritorio y dijo: —¿Y mi café? Yo levanté la vista como si hubieran disparado un tiro en algún lado. —Ah, perdón —dijo Juan después de darle un sorbo al café y ver que en su escritorio había otro. Lo agarró y se lo pasó—. Me tomé el tuyo —dijo sonriendo mientras señalaba el café que decía Javi y le daba un largo trago. El jueves me levanté mareado. Había tenido una pesadilla de la que solo recordaba partes. Recordaba estar sentado en una silla demasiado grande y escuchar pasos detrás de una puerta, pasos que hacían retumbar las paredes. Recordaba sentirme demasiado pequeño, una persona inservible y muy humillado. ¿Qué clase de hombre no llega con sus pies al piso sentado en una silla? Un hombre demasiado pequeño… El incidente del día anterior todavía me daba vueltas en la cabeza. La idea de lo que podría llegarme a encontrar en la oficina me asustaba y excitaba a la vez. De pronto entendí algo que no me había dado cuenta antes: yo no había querido darle mi semen a Juan por algo y ese algo era por la rivalidad que había entre nosotros, al menos la rivalidad que había de mi parte. Ya me resultaba humillante que él fue mi jefe… Pero… Entonces, ¿por qué mierda había aceptado trabajar para él? ¿Cómo me había equivocado tanto? De pronto sentía que había hecho todo mal. No tendría que haber renunciado a mi trabajo. Una cosa era dejar flotar mi imaginación y otra cosa era que esas cosas ocurrieran de verdad. De pronto recordé todo lo que había pasado con mi ex novio German y tuve miedo. Por primera vez agradecí que “mi condición” no funcionara con heterosexuales. Ya había probado con más de un chabón hasta que entendí que si no le gustaban los hombres entonces lo que fuera que tuviera mi semen no tenía el más mínimo efecto. En ese momento me dio pena, pero ahora viéndolo desde esta perspectiva quizás fuera para mejor. Decidí volver a intentarlo con Javier, esta vez iba a ser más cuidadoso. Me vestí y pasé por Starbucks. —¿Café alguien? —mandé al grupo. Para mi alegría Javier respondió que sí. Fui al baño con su café y le agregué un extra shot de mi leche. Eran las diez cuando empujé la puerta de la oficina. —Buenas —saludé. —¿Qué hacés, Nanito? —respondió Javi. Me acerqué a él y le pregunté por Juan. —En el baño —dijo Javi. Le di su café y con un poco de alegría malévola lo vi tomar un trago largo viendo como bajaba y subía la nuez en su hermoso cuello. En ese momento escuché la cadena y vi la puerta del baño abrirse lentamente. Juan salió del baño, aunque ya no era el mismo Juan. Incluso desde lejos, el cambio se veía bastante claro. Las mangas de su remera se habían vuelto más cortas y la tela ahora se estiraba alrededor de sus bíceps y su pecho. Supuse que había ganado uno o dos kilo de puro músculo. Incluso su forma de caminar era diferente. ¿Estaba más alto? —Boludo, ¿empezaste a ir al gimnasio? —le preguntó Javi. —¿Eh? —respondió Juan—. ¿Por? ¿Te parece que estoy más grandote? Hoy a la mañana tuve la misma sensación. Quizás estoy reteniendo agua o algo por el estilo… Pero me siento bien… En verdad me siento muy bien, como energizado… Quien sabe… Quizás es algo que comí… Incluso la forma de encogerse de hombros resaltó su nueva forma de triángulo invertido que había ganado. Sus hombros se habían vuelto más grandes y se habían separado el uno del otro. No había perdido nada de grasa, pero esa grasa ahora cubría una considerable nueva cantidad de músculo. —Sí, boludo. Estás groso —dijo Javier acercándose a él—. ¿Qué decís, Nanito? Míralo al musculoso de Juan. —dijo mientras le tocaba los brazos y le pellizcaba el pezón que empezaba a asomar de sus nuevos pectorales. Juan no se intimidó en lo más mínimo y flexionó un brazo para que Javi se lo apretase. —¿Por qué no me avisaste que estabas yendo al gimnasio? —le preguntó. —No estoy yendo al gimnasio, boludo. Pero quizás debería ir, ¿no? —Dale, forro. ¿Me estás diciendo que te pusiste así groso de la noche a la mañana? —le apretó el brazo y le tocó el pecho con ambas manos acariciando sus pectorales y dijo—. ¡Boludo, mirá las tetas que tenés! Estás todo duro —y mirándome a mí me dijo—. Ey, Nano, vení a tocarle las tetas a Juancito. Mirá los músculos que pegó este hijo de puta. La idea que yo fuera a tocarle los pectorales hizo que Juancito sonriera y un brillo le apareció en los ojos. De todos modos algo en mí prefirió quedarse sentado frente a la computadora. Además había algo que me hacía ruido. ¿Qué significaba lo que había pasado con Juan? ¿Le calentaban los hombres? Jamás lo hubiera creído. Javier terminó el café de un largo trago y lo tiró al tacho. Seguía mirando a Juan y sus nuevos músculos sin poder creer lo grande que se había puesto. —Boludo, dale, venite conmigo al gimnasio —le dijo—, a ver cuánto levantás con este lomo que tenés. —Te apuesto que levanto más que vos. —Ya quisieras, gil. No solo se trata de tener músculos grandes, también hay que saber usarlos. —Nano, ¿querés venir con nosotros? —preguntó Juan y otra vez un brillo cruzó su mirada. —¿Eh? —Eso, Nanito —dijo Javi y pude ver la misma ilusión en sus ojos—, venite con nosotros al gimnasio, ¿qué decis? Yo voy martes y jueves al mediodía. Nos vamos los tres y después comemos afuera. Invita la empresa, ¿qué decis? —Dale, arranquemos la semana que viene —insistió Juan mientras se sentaba frente a mí. Se reclinó para atrás sobre el respaldo de la silla y sonriendo dijo—. Venite así ves lo groso que me puse —y para enfatizar flexionó sus dos enormes brazos. No pude evitar sonreír al escuchar en boca de cada uno esa forma de llamarme: Nanito. —Ok —dije. Pobres, en pocos días ambos iban a tener que comprarse ropa nueva. El viernes me desperté con la pija dura como una roca levantando la sábana como una tienda. Hacía mucho tiempo que no me despertaba con ese nivel de energía. Me senté en la cama dejando atrás el sueño y recordé la noche en que entendí “mi condición”, como me gustaba llamarlo. Quizás es hora de que explique algo de “mi condición” o al menos lo poco que entiendo que sucede con mi semen. Para decirlo en pocas palabras, hace algunos años descubrí que mi leche tiene un efecto anabolizante. Suena genial, ¿no? Pero no se apuren, porque no es tan así… Ojalá fuera así de sencillo… No lo tengo super claro, pero el asunto que pasa con mi semen parece seguir ciertos patrones. Uno, es que lamentablemente no funciona conmigo. Lo probé más de una vez, pero nunca dio resultado. Sé lo que están pensando: ¿tomarse tu propia leche? Lo que quieran, pero de haber estado en mi lugar de seguro cualquiera hubiera hecho lo mismo. Un cafecito, una buena pajota y a volverse un macho musculoso. Y todo sin siquiera ir al gimnasio y casi sin side effects… Digo casi porque de alguna manera las personas que prueban mi semen (solo tres, debo admitirlo) desarrollan una especie de atención extraña hacia mí. Digo extraña porque no tengo del todo claro qué les pasa en la cabeza conmigo, sobre todo después de lo que le pasó a mi ex novio German. Lo que puedo decir es que al principio mi semen les genera alguna especie de interés por mi persona, quizás incluso algo parecido a un enamoramiento. En pocas palabras me quieren y tienen ganas de estar conmigo, lo cual resulta increíble cuando esa persona que quiere estar con vos se está volviendo un hombre con músculos cada vez más grandes y duros. Supongo que dirán que todo eso suena demasiado bien. Pero en la vida no todo lo que brilla es oro, porque por lo que pude comprobar hasta ahora existe un problema. Esto es algo que solo puedo intuir dado que no hay forma de que esté seguro si funciona así, es algo que ocurrió con mi ex novio German y que yo intuí que era producto de mi leche. El asunto pareciera suceder cuando toman demasiado de mi semen. El problema es que no podría decir cuánto es demasiado dado que no tuve y no creo que nunca tenga forma de medirlo. De cualquiera modo, por lo poco que sé, con esto tengo que ir con mucho cuidado si no quiero volver a sufrir lo que sufrí con mi ex novio German. Me vestí rápido y salí de casa. Poco antes de subir al subte Juan mandó un mensaje al grupo. —Muchachos, no van a poder creerlo… —¿Estás reteniendo más agua? —le mandé para tirarle de la lengua. —Boludo, no. No sé qué es, pero me levanté más musculoso que ayer. Posta, es una locura, pero tengo los músculos más grandes. Casi ninguna de las remeras que tengo me entran. —Te dije que dejaras los postres —le seguí diciendo a modo de chiste. —Boludo, te digo en serio. Ya vas a ver cuando me veas, no lo vas a poder creer, estoy hecho una bestia. Incluso creo que tengo menos panza. Me pesé y descubrí que gané como cinco kilos. Y eso no es todo. —Quizás pegaste un estirón tardío… —Bueno, hoy me medí también porque mis pantalones me quedan cortos. Mido un metro setenta y tres. —Eso es por las zapatillas ridículas que usas con plataforma. —No boludo, te juro que estoy más alto. Antes estaba clavado en el metro setenta. —Si seguís creciendo lo vas a pasar a Javi —mandé para que el otro picara. Su nombre apareció debajo del chat, estaba escribiendo. —Vamos a ver quién se pone más grande… —dijo haciéndose el enigmático. Fui el primero en llegar a la oficina. Me senté en la compu y me puse a ver las noticias para distraerme un rato. Estaba excitado, pero también estaba tranquilo. Sentía que tenía la situación en mis manos. Algo en mí se preparaba para disfrutar de los cuerpos de dos hombres cada vez más musculosos que iban a querer mi atención. Cuando se abrió la puerta giré sobre la silla y lo vi entrar a Javier. Su transformación era inocultable. A diferencia de Juan, Javier siempre había sido más flaco. Pero ahora con el nuevo tamaño de sus músculos parecía haber perdido un poco más de grasa. La definición de sus músculos lo hacía parecer más fuerte y más musculoso. Pero no era solo eso, también estaba más alto y algo me decía que había crecido más que Juan. —¿Y? ¿Qué me decís? —preguntó dejando caer la mochila y extendiendo los brazos antes de flexionarlos para que admirara sus nuevos e increíbles músculos. —Boludo, ¿estás más alto? —pregunté haciéndome el tonto y poniéndome de pie. —Vení, acércate —dijo con media sonrisa. Caminé hacia él y me detuve a dos pasos de distancia. De cerca pude notar que en el escote de su camisa asomaba el principio de sus definidos y enormes pectorales y una capa de pelo más espesa. —Vení más cerca… —dijo él y dio un paso adelante hasta quedar a centímetros mío. Mis ojos estaban a la altura de su grueso cuello. Estaba claramente más alto. Me miró desde arriba de su nuevo cuerpo musculoso estirándose para parecer más alto. —¿Cuánto decís que mido? —Ni idea, un metro setenta y seis. —¡Ya quisieras! —dijo y levantó ambos brazos flexionando sus bíceps que estiraron la tela de la camisa—. Mido un metro setenta y ocho. —¿Puedo tocar? —pregunté con mi tono más inocente. —Obvio, papá, mirá lo duro que estoy. Es una locura. Nunca tuve los músculos tan grandes. Apoyé mi mano sobre su bícep y pude sentir como se alzaba duro y redondo debajo de la camisa. —Wow, tenés el brazo re duro. —¿Viste? Es una locura, mirá, tócame el otro. Me siento re fuerte, es como si me hubiera tomado un shot de café con speed y viagra. En ese momento se abrió la puerta y vimos aparecer a Juan. De ayer a hoy su crecimiento se había acelerado. Estaba más alto aunque no tanto como Javier, lo que sí había pasado es que sus músculos se habían vuelto mucho más grandes. Llevaba la remera más holgada que tenía y sin embargo estaba más estirada que la del día anterior. Su espalda se había ensanchado para darle ese aspecto de tener alas en lugar de músculos dorsales y sus hombros habían adquirido un tamaño increíble, lo mismo sus bíceps y tríceps que ahora le daban ese aspecto de tener árboles en lugar de brazos. Su pecho sobresalía como dos pequeñas montañas. El jean que se había puesto resaltaba el tamaño de sus muslos haciendo parecer que llevaba calzas. Juan dejó su mochila en la entrada tal cual había hecho Javier y se acercó a nosotros con una sonrisa confianzuda. Javier se dio vuelta para quedar frente a él y Juan se detuvo a su lado. Los pectorales de ambos quedaron a un centímetro de tocarse. Juan era más ancho y tenía los músculos más grandes, pero Javier era más alto y al tener menos grasa su definición lo hacía parecer un poco más grande de lo que verdaderamente era. —¿Qué hacés, flacucho? —dijo Juan. —¿Qué hacés, enano? —dijo Javier. —¿Todavía tenés dudas de quien es más musculoso? —dijo Juan flexionando un bícep enorme en su cara. —Dame dos días y vas a ver —le respondió Javi. Me acerqué a ambos tan solo para sentir lo grandes que eran. Ambos se miraban a una altura de la que yo quedaba totalmente excluido. A esa distancia ambos tenían que bajar la mirada para verme sobre sus increíbles hombros. —¿Cuánto medís, Juancito? —le pregunté tocando su brazo como quien solo busca llamar la atención. Sin embargo al instante sentí como Juan tensionaba el brazo para que sintiera el tamaño y la dureza de sus nuevos músculos. Me sonrió y se miró el brazo que yo estaba tocando. —Estoy en un metro setenta y tres. —Eso no es nada —dijo Javier—, yo estoy en un metro setenta y ocho. —¿Quién decís que tiene los músculos más grandes, Nanito? —preguntó Juan. —Dale, mirá esto —dijo Javier—, agarrame el brazo a mí también. Un segundo después tenía mis dos manos sintiendo el enorme tamaño de sus bíceps y lo fuertes que estaban. Ambos estaban haciendo esfuerzos por impresionarme. Juan fue el primero en cambiar de postura y con su mano llevó la mía hacia su otro bícep mientras lo flexionaba. —Mirá los tubos que tengo. Javier hizo lo mismo. —Mirá la definición que tengo yo. En cada uno de mis manos tenía dos enormes brazos de dos hombros cada vez más musculoso que de pronto tenían unas ganas irrefrenables de que yo los tocara. Tuve que disimular mi deseo de manosear sus dos cuerpos y sentir lo duros que estaban. En ese momento sonó el teléfono de Javier. —Es el viejo puto del cliente —dijo y se fue a hablar con él a la sala de conferencias. Juan se quedó parado frente a mí sonriéndome como si yo fuera su persona favorita en el mundo. —¿Qué me decís? —dijo todo contento y flexionó ambos brazos. —Estás enorme —dije apoyando sin querer mis manos en su cintura. Pude sentir lo duro que estaban sus abdominales debajo de una capa de grasa que lo hacía parecer más ancho de lo que era. Juan admiraba sus propios brazos sonriendo mientras yo lo sostenía con mis dos manos de la cintura. Estaba a centímetros de su increíble pecho musculoso y no pude evitar imaginar lo que sería enterrar mi nariz entre sus pectorales. De todos modos algo me decía que todavía no estábamos en esa instancia de afecto. Juan parecía querer tenerme cerca y que tocara su musculoso cuerpo, pero eso era todo. No había todavía signos de nada sexual, al menos no en el sentido estricto de la palabra. En su entrepierna no había signos de que se le estuviera parando la pija y dado que la tela apenas podía contener el tamaño de sus muslos le hubiera sido imposible ocultar una erección. —Vas a tener que comprarte ropa nueva —le dije viendo como las mangas de la remera se retiraban descubriendo sus enormes bíceps. Recién entonces noté su cuello mucho más grueso. Sus hombros ahora no solo eran mucho más anchos sino que bajaban a ambos lados como una poderosa lomada. —¡Ah, sí! —dijo Juan bajando los brazos—. Te quería decir eso. ¿Te copás acompañándome a comprar ropa? —Tengo que ver si puedo. ¿Cuándo tenías ganas? —Pensaba ir mañana sábado, ¿qué decís? —Mmmmm mañana se me complica —dije haciéndome el ocupado. —¿Domingo? —preguntó casi con miedo. —Puede ser, ¿a qué hora? —dije y pude ver como se le iluminaban los ojos. —¿Tipo once? Te busco yo y después te invito a comer, ¿qué decís? —Bueno, dale —dije logrando una tranquilidad que me resultó incluso sorprendente. Juan sonrió y me dio una palmada en el hombro que casi me tira al piso. —Uh, perdón —dijo agarrándome con ambas manos para sostenerme—. Todavía no me acostumbro a la fuerza que tengo. —Me doy cuenta, casi me matás —dije sintiendo sus poderosas manos que me sostenían. —Sí, es que posta me doy cuenta que tengo mucha más fuerza que antes —me soltó y flexionó su pecho—. Hoy a la mañana me puse hacer flexiones y me sorprendió lo fácil que me resultaba. —Se ve que hiciste mil porque tenés el pecho enorme. —¿El pecho? —dijo mirándose los pectorales—. Ahora no es nada, cuando hice las cien flexiones sin parar parecía ser el doble de grande. Lo tenía todo duro. Cuando vayamos al gimnasio te muestro lo grande que se me pone. —¿Me vas a hacer un show privado? —pregunté haciéndome el gracioso. —Sí, querés sí —dijo con una sonrisa. Un segundo después se puso colorado y dijo—. Digo, porque vos sabés… A vos te gustan los cuerpos de los hombres y bueno… Me imaginé que quizás te gustaría… No es que quiera algo, pero digo… Porque vos… Vos sabés cómo se ven los hombres así… Con músculos digo… Otros hombres digo… Pero si no querés no pasa nada… —Jaja, tranquilo, chabón —le dije y le di una piña a su increíble hombro—. Me podés decir lo que quieras, no me vas a asustar ni nada. —Ja, perdón, no sé qué me pasó, soy un boludo. En ese momento Javi salió de la oficina y se acercó a nosotros. Apoyó una mano sobre el hombro de Juan y dijo: —Tenemos una entrevista con el cliente. Parado a centímetros de sus cada vez más musculosos cuerpos me sentí más chiquito y débil que nunca. Ambos emanaban una virilidad potenciada por el nuevo tamaño de sus cuerpos. Y yo, junto a ellos, tan solo llegando a la altura de sus cuellos, viendo sus pechos inflados y duros me sentí nuevamente eso que era: un hombrecito flaco y debilucho.
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