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Estimados, sepan disculpar mi ausencia. Hace tiempo que no subo nada y extrañaba hacerlo. Pero bueno, acá estoy de vuelta y espero poder darle mayor continuidad a esta nueva historia. Mi idea es que sea algo bien largo y que disfruten leer capítulos extensos. Es un poco ambicioso, pero espero poder sentarme de forma regular para avanzar con esta idea que me excita bastante. Ojalá les guste. Espero sus comentarios, ideas y sugerencias.

 

Grow S.R.L.

1. 

La idea de Grow no era nada revolucionaria; tan solo una aplicación online para la administración de todos los procesos de HR de una empresa. El objetivo era vender el servicio de la app, soporte, mejoras y desarrollo custom para cada uno de los clientes. Eso fue lo que me contó Juan la tarde en que me invitó a tomar un café.
Llegué quince minutos antes de la hora pautada y me senté junto a la ventana a esperarlo. Hacía poco que yo había cumplido 40 años y me encontraba en un momento de mi carrera laboral en la que me estaba replanteando cosas. Hacía varios años que trabajaba en la misma empresa y de repente la idea de cambiar de trabajo me había interesado. Por eso había aceptado la invitación de Juan.
—¡Nano! —me llamó Juan sonriendo ni bien entró en el café.
Ese había sido mi sobrenombre durante la época en la que habíamos trabajado juntos, Nano. No es muy difícil imaginar de dónde venía y más considerando mi metro sesenta de estatura. No es que Juan fuese demasiado alto, pero con su metro setenta ya quedaba afuera de esa categoría.
Juan y yo nos habíamos conocido hacía algunos años en una empresa de software en la que trabajamos juntos durante un tiempo hasta que él decidió encarar un proyecto personal. Juan era un chico extrovertido, que le gustaba hablar y hacerse amigos. Era pelado y usaba anteojos. Nunca había entendido qué me gustaba de él, quizás su actitud un poco goofy sin serlo del todo. Nunca lo tuve en claro, porque no se parecía en nada a los hombres que yo solía mirar. Tampoco es que Juan me gustara, pero había algo de él que me calentaba.
También es verdad que siempre me habían calentado los hombres heterosexuales.
Nos dimos un abrazo y para mi sorpresa me dio un beso en el cachete. Sentir su cuerpo más grande que él mío me hizo sentir cosquillas en la entrepierna.
Eso es otra cosa que siempre me calentó: la diferencia de tamaño. Encontrarme cerca de alguien más grande siempre me producía un estremecimiento.
Juan no era ni gordo ni flaco, tampoco tenía lo que se dice un buen cuerpo. No hacía deporte y yo solo había logrado que me acompañara al gimnasio durante menos de un mes hacía varios años. Tener más músculos no era algo que le interesara.
De todos modos sentir su cuerpo junto al mío me provocó esa inconfundible sensación de querer tocarlo un poco más.
—¡Que lindo verte! —me dijo y sonriendo me preguntó— ¿Te achicaste?
—Callate, pelotudo —le dije empujándolo suavemente.
Nos sentamos y nos pusimos a hablar.
Volví a sentirme un poco hipnotizado como hacía años y me volví a preguntar qué era lo que me gustaba de él. Igual sabía que no era solo que algo me gustaba de él, había algo mío en juego también, como cierta competencia entre hombres. Eso era algo que me calentaba y me producía rechazo a la vez. Quizás por esa competencia implícita entre nosotros que yo sentía, nunca me había permitido fantasear demasiado con él.
Me contó de la empresa que había fundado cuando renunció al proyecto en que trabajábamos juntos y qué después la había vendido y que ahora estaba arrancando un nuevo proyecto. Automáticamente me pregunté cuánto debía haber hecho con esa venta. ¿Se había forrado en guita? No sé porque me importaba tanto eso, pero era algo que también me producía una inquietud: ¿cuánta guita tenía Juan?
—Me encantaría que trabajaras con nosotros —me dijo—. Creo que el proyecto te puede gustar, además vos sabés bastante de todos los procesos de recursos humanos y creo que podrías aportar un montón de valor.
—¿Nosotros? 
—Somos dos socios, Javi y yo. Javi está orientado a ventas y yo a desarrollo. Necesitamos alguien que sepa más de los procesos y por eso pensé en vos. En un principio no vamos a contratar a nadie más así que vamos a ser solo vos y yo desarrollando y Javi encargándose de las ventas. Javi es un amigo mío de la infancia. Es un león en los negocios, te puede vender lo que sea y tiene algunos contactos con empresas a las que les interesaría un sistema como el nuestro. Tengo algo desarrollado, pero todavía le falta un empujón a algunas de las ideas.
—Suena interesante, pero la pregunta que tengo es…
—¿Condiciones?
—Te imaginarás que no estoy para ser desarrollador raso…
—Mirá podemos ofrecerte un buen salario y darte un bono atado a ventas. Si mal no recuerdo los números de cuando laburábamos juntos creo que podemos mejorar tu salario mensual y quizás duplicar el bono anual.
—¿Vacaciones?
—Cuando quieras irte de vacaciones te vas y listo y si me copa el lugar nos vamos juntos.
Sonreí y no pude evitar sonrojarme un poco ante la idea de irnos de vacaciones los dos. También era verdad que la idea de que Juan fuese mi jefe, que me pagara mi salario me producía algo entre el erotismo y la humillación.
—¿Horario? —pregunté.
—No esperes que yo entre antes de las diez. Y a las seis ya no me vas a ver. Así que no espero que nadie que trabaje en la empresa haga otra cosa. Quiero que sea un ambiente relajado.
Después me contó un poco sobre las tecnologías y sobre el proyecto en sí. Al final me dijo:
—La verdad que me dan muchas ganas de volver a trabajar juntos, extrañaba codear con vos. La pasábamos bien.
En un segundo volví a imaginar ese mismo encuentro, pero con Juan unos diez centímetros más alto, con su camisa a cuadros intentando contener un pecho enorme y musculoso y un jean apretado para semejantes piernas y una pija más grande que mi antebrazo. Lo imaginé acercándose mientras yo me daba cuenta de la diferencia de tamaño que ahora había entre nosotros. Me lo imaginé sonriendo desde arriba de sus musculosos pectorales antes de flexionar sus increibles brazos y decir: “¿Te gusta lo grande que me puse, enano?”.
Supongo que ese pensamiento fue el que me hizo tener ganas de aceptar su oferta y ver qué pasaba.
—Lo voy a pensar… —le dije.

A los pocos día Juan me mandó el link al perfil de Javier de Linkedin y me metí para ver su foto. Era un pibe fachero y un poco canchero, pelo cortito y barba al ras. Tenía diez años menos que yo y claramente había hecho su carrera laboral mucho más rápido. Copié su nombre y lo busqué en Instagram. Descubrí que su perfil no era privado.
Siempre me había llamado la atención las personas que ponían su perfil de Instagram público para que cualquiera pudiera verlo.
Ni bien vi las primera fotos entendí por qué lo tenía público: a Javier le gustaba mostrarse. En casi todas las fotos estaba en la playa, sin remera con un cuerpo bastante trabajado y siempre acompañado con alguna chica diferente. Por las fotos supuse que debía ser un poco más alto que Juan. Se notaba que hacía deporte y se cuidaba. No es que fuese Mr. Musculo, pero se veía una pequeña sombra de sus abdominales y de sus pectorales. Pensé que definitivamente Javier se vería bastante mejor con unos músculos más grandes. Lo necesario para que su pecho sobresaliese un poco bajo su camisa y para que sus brazos estiraran las mangas de la remera. Algo que le diera un empujón a ese aspecto viril que ya tenía. Un cuerpo musculoso y grande para alardear en redes sociales.
No voy a negarlo: me pasé el fin de semana viendo los perfiles de Instagram de ambos. Y me pajeé imaginando como sería trabajar con ellos y hacer “de las mías”.
El lunes por la mañana le mandé un mensaje a Juan y a modo de chiste le dije:
—Buen día, jefecito, ¿cuándo arrancamos?
Me mandó un 💪 y me dijo que me llamaba más tarde.

El día que conocí la oficina me pareció un lugar demasiado grande para una empresa de tres personas. Tenía cuatro mesas para con ocho sillas cada una, dos oficinas, una sala de conferencias para diez personas y un baño con dos duchas.
Cuando le pregunté a Juan porqué habían alquilado un espacio tan grande, me guiñó un ojo y dijo:
—Tenemos muchas ganas de crecer.
En ese momento escuché el inodoro y del baño salió Javier. En persona era mucho más atractivo que en las fotos, solo su forma de caminar emanaba una presencia masculina y dominante. Recordé que Juan me había dicho que era un león en los negocios y de pronto entendí exactamente a lo que se refería. Había algo en la forma de moverse de Javier, una confianza y una forma de mirar que lo volvían eso: un león.
—Javi, te presento a Nano.
—Bienvenido —dijo mientras me daba un fuerte apretón de manos—. Juancito me habló muy bien de vos. Espero que te cope lo que vamos a estar haciendo.
—Lo mismo digo —dije yo un poco incomodo y excitado a la vez.
De cerca parecía todavía más alto que en las fotos, supuse que debía medir alrededor del metro setenta y cinco. Sus manos eran grandes y sus antebrazos hacían parecer a los míos como dos fideos. Con solo verlo me di cuenta que iba al gimnasio de forma regular. Quizás no se mataba en hacer crecer sus músculos, pero de seguro quería cuidar su figura. ¡Y qué figura! Por un segundo me lo imaginé sacándose la remera y tuve que pestañear varias veces para disimular que estaba mirando su hermoso cuerpo. “¿Cómo se vería con 5 kilos más de músculo?”
El primer día solo charlamos. Me mostraron la aplicación y me contaron sobre el estado actual del sitio, las funcionalidades que le faltaban y todo lo que tenían pensado agregarle. Después me contaron el estado de la negociación con algunos potenciales clientes. Javier tenía las cosas muy claras, sabía dónde estaba y a donde quería ir. Cuando te miraba a los ojos sentías esa determinación a convertirse en algo mucho más grande de lo que era. En algún momento, mientras hablaba pensé “definitivamente necesita 5 kilos más de músculo”.
Después fuimos a un restaurante a comer. Cuando nos sentamos a la mesa, Javier nos contó sobre una mina que había conocido hacía unos días.
—Tiene unas tetas así de grandes —dijo mostrándonos con las dos manos sobre sus pectorales—. Está para comérsela toda. Lástima que la muy turra solo sale con chabones con mucha guita o jugadores de rugby. El último chabón que se garchó de seguro pesaba el doble que yo, el muy hijo de puta tenía unos tubos más grande que mis piernas.
Mientras hablaba Javier se desabrochó el primer botón de su camisa y se empezó a acariciar el pecho cubierto de una fina capa de pelos. No tardé en darme cuenta de que era uno de esos pibes hiper sexuales a los que les gusta tocarse y tocar a las personas. Hablar de los cuerpos y resaltar sus atributos físicos.
Después le preguntó a Juan si se seguía viendo con una chica con la que había estado saliendo y él sonrió y le respondió que sí.
—Ah, vas para el celibato —dijo Javier.
—No sé —dijo Juan con su hermosa sonrisa—, estamos bien. Le gusta que le cocine.
—Boludo —dijo dándome un codazo—, este es igual a mi vieja —y mirando a Juan agregó—. ¿Le cocinás?
—Sí, ya sabés, me gusta pasar tiempo con ella.
No recordaba que Juan hubiera estado en pareja. Probablemente le habría conocido después de cambiar de trabajo.
—¿Y vos, nanito? —me preguntó Javier de repente con un brillo en la mirada—. ¿Te estás garchando a alguien?
—Ahora estoy soltero —dijo sonriendo y echándole un vistazo a Juan.
Juan sabía que yo era gay, pero no tenía idea si él le había contado a Javier.
—Podés estar soltero y garchándote a alguien sin problema —me dijo con una sonrisa.
—Nop, en este momento, estoy solari.
Me miró a los ojos y sonrió.
—¿Y cómo te gustan? —preguntó.
—¿Qué cosa?
Javier sonrió y se estiró hacia atrás.
—A mí me gustan las minas con las tetas y el culo bien grandes y cuanto más putas mejor. A este —dijo dándole un golpe a Juan—, a este le gusta cocinarles. ¿Y a vos, qué chabones te gustan?
Ah bueno… eso resolvía el misterio de si Juan le había contado.
—Eeeehhhhhh…
—Sos un pelotudo, Javi —dijo Juan riéndose—. No le hagas caso, Nano. De lo único que sabe hablar este es de sexo.
—¿Qué tiene de malo? —le dijo a Juan y agarrándome el hombro me preguntó— ¿Te molesta? 
—No, no, no, está todo bien. Es solo que no suelo hablar de eso con chabones heterosexuales.
Javier se pasó una mano por el pelo y dijo:
—Esa boludez de heterosexuales. Acá el único 100% heterosexual es doña Juancita la cocinera y mirá las boludeces que te cuenta. Yo me acosté con algunos chabones, fue hace tiempo, pero esas cosas van y vuelven.
Su confesión me sorprendió. La verdad que no lo hubiera esperado de alguien como él que emanaba una virilidad sin rajaduras.
—A vos te gustan grandotes, ¿no? —dijo de repente.
—¡¿Lo qué?! —pregunté más sorprendido y desconcertado.
De pronto sí me sentía incómodo.
—A los chiquitos como vos siempre le gustan los hombres grandotes bien musculosos, esos que tienen unos tubos todos trabados y las tetas que les estiran la remera.
De pronto el calor se me subió a la cabeza y su voz resonó en mis orejas mucho más grave de lo que era.
—Dale, boludo, cortala —le dijo Juan—. No quiere hablar de eso.
—Bueno, chabón, era solo algo para charlar. Si yo no saco tema ustedes se quedan callados —dijo y me guiñó un ojo—. Además no me parece nada raro, para mí un chabón musculoso es lo mismo que una mina con tetas grandes. Si hubiera sido gay me habrían gustado los chabones todos trabados esos con el pecho bien pero bien grande y que no pueden bajar los brazos de lo inflados que están.
El calor se me expandió al resto del cuerpo y un segundo después sentí la espalda fría. La única razón por la que me quedé sentado en mi lugar sin moverme era porque no quería que pensaran que Javier me había intimidado con sus preguntas. Intimidado era poco. Me había calentado como loco. Esa forma tan dominante y despreocupada, así tan directo y sin vueltas de pronto me había arrasado.
Cuando se fue al baño levanté la mirada de mi plato y lo vi alejarse mientras pensaba “definitivamente necesita 10 kilos más de músculo”.
Esa tarde ni bien llegué a casa abrí el Instagram de Javier y me masturbé imaginándolo apretándome contra la pared mientras su cuerpo se inflaba y me decía “¿Te calientan mis músculos, enano? Mirá el tamaño de mis tetas…”

La verdad es que no sé qué tengo con los chabones musculosos, pero me calientan. En parte seguro es por los músculos. No hay nada que me caliente más que unos pectorales bien trabajados, grandes y duros. Me encanta cuando tienen esos brazos que parecen árboles gruesos llenos de nudos. Pero en parte también me calienta pensar qué clase de perversos son que quieren que todos vean su cuerpo super desarrollado. Me encanta que quieran andar sin remera o con ropa bien suelta para que todos vean lo trabados que están, lo enormes que son sus brazos y lo ancho de su espalda. Es algo que me vuelve loco, esa cosa exhibicionista y medio de prostituto que tienen los chabones musculosos. Me encanta como se mueven así como robots, para resaltar lo duros que están. Y me copa la ropa que usan toda apretada. También me excita pensar lo fuertes que son y siempre me la paso preguntando cuánto levantarán de banco plano…
Y supongo que algo de esa obsesión debe tener que ver con mi condición… 
Perdón… Me estoy adelantando…
Ya aprendí hace tiempo que no tiene sentido que intente explicarlo, es algo que simplemente no tiene explicación, al menos no una que yo conozca. Estas cosas siempre es mejor mostrarlas.

La cuestión es que el miércoles antes de llegar a la oficina les mandé un mensaje al grupo de wasap que teníamos con Juan y Javi.
—Muchachos, estoy en Starbucks, ¿alguno quiere algo?
—Traeme un late —dijo Javi.
—Lo mismo —dijo Juan.
Mi corazón saltó de alegría. Pedí tres late:
—Uno para Nano, otro para Javi y otro para Juan.
Cuando me los dieron me metí en el baño, puse la traba y le saqué la tapa al café que decía Javi. Lo apoyé sobre el inodoro, me bajé el cierre del jean y me empecé a masturbar. Cerré los ojos y me imaginé a Javi recostado sobre la silla frente a mí con la camisa entreabierta dejando a la vista unos pectorales enormes y peludos. Lo imaginé pasándose la mano por uno de ellos disfrutando lo grande, duro y redondo que era mientras decía “me calienta tener las tetas tan grandes”.
Acabé en un segundo y vi el semen hundirse en el café. Lo mezclé con el dedo para que no quedaran grumos y me limpié en el lavamanos. 
Cuando llegué a la oficina Javier estaba hablando por teléfono y Juan estaba en el baño. Le dejé su café a Javier y él me agradeció con un beso al aire. Cuando Juan salió le dije que le había dejado el café en su escritorio y me senté frente a la compu a ver las noticias. Javi cortó el teléfono y le gritó al aparato:
—¡Viejo puto soltá la guita!
Juan se sentó sobre la mesa y le pegó en el hombro.
—La concha de la lora, boludo, ¿no se puede putear tranquilo?
Después se fue al baño y cuando volvió se paró frente a su escritorio y dijo:
—¿Y mi café?
Yo levanté la vista como si hubieran disparado un tiro en algún lado.
—Ah, perdón —dijo Juan después de darle un sorbo al café y ver que en su escritorio había otro. Lo agarró y se lo pasó—. Me tomé el tuyo —dijo sonriendo mientras señalaba el café que decía Javi y le daba un largo trago.

El jueves me levanté mareado. Había tenido una pesadilla de la que solo recordaba partes. Recordaba estar sentado en una silla demasiado grande y escuchar pasos detrás de una puerta, pasos que hacían retumbar las paredes. Recordaba sentirme demasiado pequeño, una persona inservible y muy humillado. ¿Qué clase de hombre no llega con sus pies al piso sentado en una silla? Un hombre demasiado pequeño…
El incidente del día anterior todavía me daba vueltas en la cabeza. La idea de lo que podría llegarme a encontrar en la oficina me asustaba y excitaba a la vez. De pronto entendí algo que no me había dado cuenta antes: yo no había querido darle mi semen a Juan por algo y ese algo era por la rivalidad que había entre nosotros, al menos la rivalidad que había de mi parte. Ya me resultaba humillante que él fue mi jefe… Pero… Entonces, ¿por qué mierda había aceptado trabajar para él? ¿Cómo me había equivocado tanto?
De pronto sentía que había hecho todo mal. No tendría que haber renunciado a mi trabajo. Una cosa era dejar flotar mi imaginación y otra cosa era que esas cosas ocurrieran de verdad. De pronto recordé todo lo que había pasado con mi ex novio German y tuve miedo.
Por primera vez agradecí que “mi condición” no funcionara con heterosexuales. Ya había probado con más de un chabón hasta que entendí que si no le gustaban los hombres entonces lo que fuera que tuviera mi semen no tenía el más mínimo efecto. En ese momento me dio pena, pero ahora viéndolo desde esta perspectiva quizás fuera para mejor.
Decidí volver a intentarlo con Javier, esta vez iba a ser más cuidadoso. Me vestí y pasé por Starbucks.
—¿Café alguien? —mandé al grupo.
Para mi alegría Javier respondió que sí. Fui al baño con su café y le agregué un extra shot de mi leche. 
Eran las diez cuando empujé la puerta de la oficina.
—Buenas —saludé.
—¿Qué hacés, Nanito? —respondió Javi.
Me acerqué a él y le pregunté por Juan. 
—En el baño —dijo Javi.
Le di su café y con un poco de alegría malévola lo vi tomar un trago largo viendo como bajaba y subía la nuez en su hermoso cuello.
En ese momento escuché la cadena y vi la puerta del baño abrirse lentamente. Juan salió del baño, aunque ya no era el mismo Juan. Incluso desde lejos, el cambio se veía bastante claro. Las mangas de su remera se habían vuelto más cortas y la tela ahora se estiraba alrededor de sus bíceps y su pecho. Supuse que había ganado uno o dos kilo de puro músculo. Incluso su forma de caminar era diferente. ¿Estaba más alto?
—Boludo, ¿empezaste a ir al gimnasio? —le preguntó Javi.
—¿Eh? —respondió Juan—. ¿Por? ¿Te parece que estoy más grandote? Hoy a la mañana tuve la misma sensación. Quizás estoy reteniendo agua o algo por el estilo… Pero me siento bien… En verdad me siento muy bien, como energizado… Quien sabe… Quizás es algo que comí…
Incluso la forma de encogerse de hombros resaltó su nueva forma de triángulo invertido que había ganado. Sus hombros se habían vuelto más grandes y se habían separado el uno del otro. No había perdido nada de grasa, pero esa grasa ahora cubría una considerable nueva cantidad de músculo.
—Sí, boludo. Estás groso —dijo Javier acercándose a él—. ¿Qué decís, Nanito? Míralo al musculoso de Juan. —dijo mientras le tocaba los brazos y le pellizcaba el pezón que empezaba a asomar de sus nuevos pectorales.
Juan no se intimidó en lo más mínimo y flexionó un brazo para que Javi se lo apretase.
—¿Por qué no me avisaste que estabas yendo al gimnasio? —le preguntó.
—No estoy yendo al gimnasio, boludo. Pero quizás debería ir, ¿no?
—Dale, forro. ¿Me estás diciendo que te pusiste así groso de la noche a la mañana? —le apretó el brazo y le tocó el pecho con ambas manos acariciando sus pectorales y dijo—. ¡Boludo, mirá las tetas que tenés! Estás todo duro —y mirándome a mí me dijo—. Ey, Nano, vení a tocarle las tetas a Juancito. Mirá los músculos que pegó este hijo de puta.
La idea que yo fuera a tocarle los pectorales hizo que Juancito sonriera y un brillo le apareció en los ojos. De todos modos algo en mí prefirió quedarse sentado frente a la computadora.
Además había algo que me hacía ruido. ¿Qué significaba lo que había pasado con Juan? ¿Le calentaban los hombres? Jamás lo hubiera creído.
Javier terminó el café de un largo trago y lo tiró al tacho. Seguía mirando a Juan y sus nuevos músculos sin poder creer lo grande que se había puesto.
—Boludo, dale, venite conmigo al gimnasio —le dijo—, a ver cuánto levantás con este lomo que tenés.
—Te apuesto que levanto más que vos.
—Ya quisieras, gil. No solo se trata de tener músculos grandes, también hay que saber usarlos.
—Nano, ¿querés venir con nosotros? —preguntó Juan y otra vez un brillo cruzó su mirada.
—¿Eh?
—Eso, Nanito —dijo Javi y pude ver la misma ilusión en sus ojos—, venite con nosotros al gimnasio, ¿qué decis? Yo voy martes y jueves al mediodía. Nos vamos los tres y después comemos afuera. Invita la empresa, ¿qué decis?
—Dale, arranquemos la semana que viene —insistió Juan mientras se sentaba frente a mí. Se reclinó para atrás sobre el respaldo de la silla y sonriendo dijo—. Venite así ves lo groso que me puse —y para enfatizar flexionó sus dos enormes brazos.
No pude evitar sonreír al escuchar en boca de cada uno esa forma de llamarme: Nanito.
—Ok —dije.
Pobres, en pocos días ambos iban a tener que comprarse ropa nueva.

El viernes me desperté con la pija dura como una roca levantando la sábana como una tienda. Hacía mucho tiempo que no me despertaba con ese nivel de energía. Me senté en la cama dejando atrás el sueño y recordé la noche en que entendí “mi condición”, como me gustaba llamarlo.
Quizás es hora de que explique algo de “mi condición” o al menos lo poco que entiendo que sucede con mi semen.
Para decirlo en pocas palabras, hace algunos años descubrí que mi leche tiene un efecto anabolizante. Suena genial, ¿no? Pero no se apuren, porque no es tan así… Ojalá fuera así de sencillo… No lo tengo super claro, pero el asunto que pasa con mi semen parece seguir ciertos patrones.
Uno, es que lamentablemente no funciona conmigo. Lo probé más de una vez, pero nunca dio resultado. Sé lo que están pensando: ¿tomarse tu propia leche? Lo que quieran, pero de haber estado en mi lugar de seguro cualquiera hubiera hecho lo mismo. Un cafecito, una buena pajota y a volverse un macho musculoso. Y todo sin siquiera ir al gimnasio y casi sin side effects…
Digo casi porque de alguna manera las personas que prueban mi semen (solo tres, debo admitirlo) desarrollan una especie de atención extraña hacia mí. Digo extraña porque no tengo del todo claro qué les pasa en la cabeza conmigo, sobre todo después de lo que le pasó a mi ex novio German. Lo que puedo decir es que al principio mi semen les genera alguna especie de interés por mi persona, quizás incluso algo parecido a un enamoramiento. En pocas palabras me quieren y tienen ganas de estar conmigo, lo cual resulta increíble cuando esa persona que quiere estar con vos se está volviendo un hombre con músculos cada vez más grandes y duros.
Supongo que dirán que todo eso suena demasiado bien. Pero en la vida no todo lo que brilla es oro, porque por lo que pude comprobar hasta ahora existe un problema. Esto es algo que solo puedo intuir dado que no hay forma de que esté seguro si funciona así, es algo que ocurrió con mi ex novio German y que yo intuí que era producto de mi leche. El asunto pareciera suceder cuando toman demasiado de mi semen. El problema es que no podría decir cuánto es demasiado dado que no tuve y no creo que nunca tenga forma de medirlo. De cualquiera modo, por lo poco que sé, con esto tengo que ir con mucho cuidado si no quiero volver a sufrir lo que sufrí con mi ex novio German.
Me vestí rápido y salí de casa. Poco antes de subir al subte Juan mandó un mensaje al grupo.
—Muchachos, no van a poder creerlo…
—¿Estás reteniendo más agua? :P —le mandé para tirarle de la lengua.
—Boludo, no. No sé qué es, pero me levanté más musculoso que ayer. Posta, es una locura, pero tengo los músculos más grandes. Casi ninguna de las remeras que tengo me entran.
—Te dije que dejaras los postres —le seguí diciendo a modo de chiste.
—Boludo, te digo en serio. Ya vas a ver cuando me veas, no lo vas a poder creer, estoy hecho una bestia. Incluso creo que tengo menos panza. Me pesé y descubrí que gané como cinco kilos. Y eso no es todo.
—Quizás pegaste un estirón tardío… :P
—Bueno, hoy me medí también porque mis pantalones me quedan cortos. Mido un metro setenta y tres.
—Eso es por las zapatillas ridículas que usas con plataforma.
—No boludo, te juro que estoy más alto. Antes estaba clavado en el metro setenta.
—Si seguís creciendo lo vas a pasar a Javi —mandé para que el otro picara.
Su nombre apareció debajo del chat, estaba escribiendo.
—Vamos a ver quién se pone más grande… —dijo haciéndose el enigmático.

Fui el primero en llegar a la oficina. Me senté en la compu y me puse a ver las noticias para distraerme un rato. Estaba excitado, pero también estaba tranquilo. Sentía que tenía la situación en mis manos. Algo en mí se preparaba para disfrutar de los cuerpos de dos hombres cada vez más musculosos que iban a querer mi atención.
Cuando se abrió la puerta giré sobre la silla y lo vi entrar a Javier. Su transformación era inocultable. A diferencia de Juan, Javier siempre había sido más flaco. Pero ahora con el nuevo tamaño de sus músculos parecía haber perdido un poco más de grasa. La definición de sus músculos lo hacía parecer más fuerte y más musculoso. Pero no era solo eso, también estaba más alto y algo me decía que había crecido más que Juan.
—¿Y? ¿Qué me decís? —preguntó dejando caer la mochila y extendiendo los brazos antes de flexionarlos para que admirara sus nuevos e increíbles músculos.
—Boludo, ¿estás más alto? —pregunté haciéndome el tonto y poniéndome de pie.
—Vení, acércate —dijo con media sonrisa.
Caminé hacia él y me detuve a dos pasos de distancia. De cerca pude notar que en el escote de su camisa asomaba el principio de sus definidos y enormes pectorales y una capa de pelo más espesa.
—Vení más cerca… —dijo él y dio un paso adelante hasta quedar a centímetros mío.
Mis ojos estaban a la altura de su grueso cuello. Estaba claramente más alto. Me miró desde arriba de su nuevo cuerpo musculoso estirándose para parecer más alto.
—¿Cuánto decís que mido?
—Ni idea, un metro setenta y seis.
—¡Ya quisieras! —dijo y levantó ambos brazos flexionando sus bíceps que estiraron la tela de la camisa—. Mido un metro setenta y ocho.
—¿Puedo tocar? —pregunté con mi tono más inocente.
—Obvio, papá, mirá lo duro que estoy. Es una locura. Nunca tuve los músculos tan grandes.
Apoyé mi mano sobre su bícep y pude sentir como se alzaba duro y redondo debajo de la camisa.
—Wow, tenés el brazo re duro.
—¿Viste? Es una locura, mirá, tócame el otro. Me siento re fuerte, es como si me hubiera tomado un shot de café con speed y viagra.
En ese momento se abrió la puerta y vimos aparecer a Juan. De ayer a hoy su crecimiento se había acelerado. Estaba más alto aunque no tanto como Javier, lo que sí había pasado es que sus músculos se habían vuelto mucho más grandes.
Llevaba la remera más holgada que tenía y sin embargo estaba más estirada que la del día anterior. Su espalda se había ensanchado para darle ese aspecto de tener alas en lugar de músculos dorsales y sus hombros habían adquirido un tamaño increíble, lo mismo sus bíceps y tríceps que ahora le daban ese aspecto de tener árboles en lugar de brazos. Su pecho sobresalía como dos pequeñas montañas. El jean que se había puesto resaltaba el tamaño de sus muslos haciendo parecer que llevaba calzas.
Juan dejó su mochila en la entrada tal cual había hecho Javier y se acercó a nosotros con una sonrisa confianzuda. Javier se dio vuelta para quedar frente a él y Juan se detuvo a su lado. Los pectorales de ambos quedaron a un centímetro de tocarse. Juan era más ancho y tenía los músculos más grandes, pero Javier era más alto y al tener menos grasa su definición lo hacía parecer un poco más grande de lo que verdaderamente era.
—¿Qué hacés, flacucho? —dijo Juan.
—¿Qué hacés, enano? —dijo Javier.
—¿Todavía tenés dudas de quien es más musculoso? —dijo Juan flexionando un bícep enorme en su cara.
—Dame dos días y vas a ver —le respondió Javi.
Me acerqué a ambos tan solo para sentir lo grandes que eran. Ambos se miraban a una altura de la que yo quedaba totalmente excluido. A esa distancia ambos tenían que bajar la mirada para verme sobre sus increíbles hombros.
—¿Cuánto medís, Juancito? —le pregunté tocando su brazo como quien solo busca llamar la atención.
Sin embargo al instante sentí como Juan tensionaba el brazo para que sintiera el tamaño y la dureza de sus nuevos músculos. Me sonrió y se miró el brazo que yo estaba tocando.
—Estoy en un metro setenta y tres.
—Eso no es nada —dijo Javier—, yo estoy en un metro setenta y ocho.
—¿Quién decís que tiene los músculos más grandes, Nanito? —preguntó Juan.
—Dale, mirá esto —dijo Javier—, agarrame el brazo a mí también.
Un segundo después tenía mis dos manos sintiendo el enorme tamaño de sus bíceps y lo fuertes que estaban. Ambos estaban haciendo esfuerzos por impresionarme. Juan fue el primero en cambiar de postura y con su mano llevó la mía hacia su otro bícep mientras lo flexionaba.
—Mirá los tubos que tengo.
Javier hizo lo mismo.
—Mirá la definición que tengo yo.
En cada uno de mis manos tenía dos enormes brazos de dos hombros cada vez más musculoso que de pronto tenían unas ganas irrefrenables de que yo los tocara. Tuve que disimular mi deseo de manosear sus dos cuerpos y sentir lo duros que estaban.
En ese momento sonó el teléfono de Javier.
—Es el viejo puto del cliente —dijo y se fue a hablar con él a la sala de conferencias.
Juan se quedó parado frente a mí sonriéndome como si yo fuera su persona favorita en el mundo.
—¿Qué me decís? —dijo todo contento y flexionó ambos brazos.
—Estás enorme —dije apoyando sin querer mis manos en su cintura.
Pude sentir lo duro que estaban sus abdominales debajo de una capa de grasa que lo hacía parecer más ancho de lo que era.
Juan admiraba sus propios brazos sonriendo mientras yo lo sostenía con mis dos manos de la cintura. Estaba a centímetros de su increíble pecho musculoso y no pude evitar imaginar lo que sería enterrar mi nariz entre sus pectorales. De todos modos algo me decía que todavía no estábamos en esa instancia de afecto. Juan parecía querer tenerme cerca y que tocara su musculoso cuerpo, pero eso era todo. No había todavía signos de nada sexual, al menos no en el sentido estricto de la palabra.
En su entrepierna no había signos de que se le estuviera parando la pija y dado que la tela apenas podía contener el tamaño de sus muslos le hubiera sido imposible ocultar una erección.
—Vas a tener que comprarte ropa nueva —le dije viendo como las mangas de la remera se retiraban descubriendo sus enormes bíceps.
Recién entonces noté su cuello mucho más grueso. Sus hombros ahora no solo eran mucho más anchos sino que bajaban a ambos lados como una poderosa lomada.
—¡Ah, sí! —dijo Juan bajando los brazos—. Te quería decir eso. ¿Te copás acompañándome a comprar ropa?
—Tengo que ver si puedo. ¿Cuándo tenías ganas?
—Pensaba ir mañana sábado, ¿qué decís?
—Mmmmm mañana se me complica —dije haciéndome el ocupado.
—¿Domingo? —preguntó casi con miedo.
—Puede ser, ¿a qué hora? —dije y pude ver como se le iluminaban los ojos.
—¿Tipo once? Te busco yo y después te invito a comer, ¿qué decís?
—Bueno, dale —dije logrando una tranquilidad que me resultó incluso sorprendente.
Juan sonrió y me dio una palmada en el hombro que casi me tira al piso.
—Uh, perdón —dijo agarrándome con ambas manos para sostenerme—. Todavía no me acostumbro a la fuerza que tengo.
—Me doy cuenta, casi me matás —dije sintiendo sus poderosas manos que me sostenían.
—Sí, es que posta me doy cuenta que tengo mucha más fuerza que antes —me soltó y flexionó su pecho—. Hoy a la mañana me puse hacer flexiones y me sorprendió lo fácil que me resultaba.
—Se ve que hiciste mil porque tenés el pecho enorme.
—¿El pecho? —dijo mirándose los pectorales—. Ahora no es nada, cuando hice las cien flexiones sin parar parecía ser el doble de grande. Lo tenía todo duro. Cuando vayamos al gimnasio te muestro lo grande que se me pone.
—¿Me vas a hacer un show privado? —pregunté haciéndome el gracioso.
—Sí, querés sí —dijo con una sonrisa. Un segundo después se puso colorado y dijo—. Digo, porque vos sabés… A vos te gustan los cuerpos de los hombres y bueno… Me imaginé que quizás te gustaría… No es que quiera algo, pero digo… Porque vos… Vos sabés cómo se ven los hombres así… Con músculos digo… Otros hombres digo… Pero si no querés no pasa nada…
—Jaja, tranquilo, chabón —le dije y le di una piña a su increíble hombro—. Me podés decir lo que quieras, no me vas a asustar ni nada.
—Ja, perdón, no sé qué me pasó, soy un boludo.
En ese momento Javi salió de la oficina y se acercó a nosotros. Apoyó una mano sobre el hombro de Juan y dijo:
—Tenemos una entrevista con el cliente.
Parado a centímetros de sus cada vez más musculosos cuerpos me sentí más chiquito y débil que nunca. Ambos emanaban una virilidad potenciada por el nuevo tamaño de sus cuerpos. Y yo, junto a ellos, tan solo llegando a la altura de sus cuellos, viendo sus pechos inflados y duros me sentí nuevamente eso que era: un hombrecito flaco y debilucho.
 

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Bueno, ahí va la segunda parte. Espero que disfruten leyéndola tanto como yo disfruté escribirla ;P

2.

El sábado no recibí ningún mensaje ni de Javier ni de Juan, pero al final del día descubrí que, en su Instagram, Javier había publicado a las seis de la tarde una foto en el gimnasio de la barra que estaba por levantar. Por lo poco que se veía supuse que se estaba preparando para banco plano y que en total debían ser alrededor de 140 kilos.
Un segundo después me llegó un mensaje de Juan.
—Nanito, ¿Cómo va? Che, no te olvides que mañana te busco a las once.
—Hijo de puta, me vas a hacer madrugar.
—Jaja, cuando me veas te caes de culo.
—No me digas que te creció pelo en la cabeza…
—Jaja, no boludo, estoy más grande.
—¿Cuánto?
—Me medí hace un rato y estoy en un metro setenta y seis. Pero eso no es nada, no sabés lo que me crecieron los músculos, es una locura.
—¿Te sentís bien?
—¿Me estás jodiendo? Nunca me sentí tan bien en mi vida, me levanté a las seis de la mañana sin sueño y me puse a hacer flexiones en casa.
—Ah, ok, enloqueciste.
—Jaja, no, te juro que no sabía que más hacer, sentía que si no gastaba energías iba a explotar. Ya vas a verme mañana, posta que estoy muy inflado, no entiendo que está pasando, pero es una locura. Nunca me sentí así de fuerte. Y algo me dice que mañana voy a estar todavía más grande.
—Tranquilo, campeón. ¿Voy a tener que llevarte una escalera para hablarte?
—Jaja, no estaría mal.
—Forro.
—Jaja, nos vemos mañana, Nanito.
Esa noche me masturbé varias veces pensando en lo musculoso que Juan se debía haber puesto hasta que me quedé dormido. El domingo se iba a cumplir el cuarto día desde que le había dado mi leche, por lo que todavía le quedaban tres días más de crecimiento. Al menos eso es lo que habíamos descubierto con German hacía un tiempo, el efecto anabolizante se extendía durante siete días.
A la mañana siguiente no pude evitar la ansiedad de que se hicieran las once, pero para mi sorpresa a las diez recibí un mensaje de Juan.
—¿Estás despierto?
—Hace dos minutos —mentí.
—Che, ¿te jode si te paso a buscar ahora?
Me di cuenta de que no era el único ansioso.
—Dale, la concha de tu madre, más te vale que me invites a comer un buen lugar.
—A donde vos quieras, Nanito.
A las nueve menos diez Juan me mandó un mensaje de que estaba abajo. Agarré la campera y bajé las escaleras corriendo dado que el ascensor estaba ocupado. Vi el Volkswagen T-Cross con balizas en la esquina y supuse que era el de Juan. Abrí la puerta y entré.
—¿Qué hacés, Nanito? —me preguntó Juan sonriendo.
Era verdad, estaba enorme. Debía haber ganado un total de seis kilos de puro músculo desde que había empezado. La remera blanca que llevaba puesta parecía a punto de explotar e incluso de tan estirada que estaba se transparentaba un poco. Podía verle los pezones debajo de sus inflados pectorales.
—¡Boludo, estás enorme!
—Te dije —y flexionó un brazo para que lo viera.
Un bícep del tamaño de una pelota de beisbol se levantó en su brazo. Estiré mi mano y lo toqué suavemente. Sus músculos estaban cubiertos todavía de una delgada capa de grasa. 
—Zarpado —dije.
—Es una locura, no sabés la fuerza que tengo.
—Me imagino, boludo, mirá el tamaño de tus hombros, estás más ancho.
—No sabés la espalda que pegué.
—Me doy cuenta, posta ¿Te sentís bien?
—¿Me estás jodiendo? Mirá el lomo que tengo —dijo y se puso de frente para que viera el tamaño de su pecho, había crecido incluso más que el resto de sus músculos—. ¿Te parece que alguien con este lomo se va a sentir mal?
Me moría de ganas de meter mis manos por debajo de la remera y tocarle esos enormes pectorales y aunque algo me decía que a Juan la idea le hubiera encantado, preferí darle tiempo al tiempo.
Durante el viaje no pude evitar mirar como con cada movimiento se marcaban o abultaban sus nuevos músculos. Solo verlo moverse era algo increíble. Juan me llevó a un shopping al aire libre. Estacionó y yo bajé del auto. Cuando él salió me di cuenta de que estaba incluso más grande de lo que me había parecido. Estaba enorme, su espalda se extendía debajo de la remera estirándola hasta el punto que de hacer un movimiento brusco probablemente se le iba a romper. Cuando me miró de frente tomó aire y sus pectorales parecieron crecer todavía más.
—Boludo, estás hecho una bestia —dije mientras me acercaba.
Esos dos centímetros que había crecido habían acentuado su forma de triángulo invertido dado que sus hombros parecían haberse separado incluso todavía más. Su pecho enorme y musculoso sobresalía de una manera hermosa debajo de la remera.
—Te dije, chabón —dijo Juan sacando pecho y mirándose el cuerpo.
Le toqué el brazo y él lo flexionó para que viera todo lo que había crecido.
—Zarpado —dije.
Cuando entramos a la primera casa de ropa, Juan se probó una remera talle L. Le quedaba muy bien, debajo de ella todavía se podía ver su nueva musculatura sin el riesgo de que fuese a romper la remera con el siguiente respiro. Sin embargo, le sugerí que hiciera otra cosa:
—Boludo, ¿por qué no te compras una XXL?
—Pará, chabón, tampoco soy un gigante. Me va a quedare como una carpa.
—Escuchame —dije mientras me acercaba y agregué en voz baja—. Boludo, si seguís creciendo no va a pasar ni dos semanas antes de que tengas que comprarte una más grande. Es al pedo, comprate la más grande que tengan y listo.
Juan me miró con un brillo de ilusión en los ojos.
—Boludo, ¿vos decís que voy a crecer tanto? —dijo levantando una la remera XXL—. Si llego a llenar esto voy a ser una bestia.
—Quien te dice… Yo que vos, voy por lo seguro…
Juan me hizo caso y se compró varias remeras XXL. También se compró una ropa de deporte que le quedaba increíble, debajo de esos shorts asomaban sus poderosos y peludos muslos super desarrollados y esa remera azul marino le quedaba calcada sobre sus pectorales aumentando la sensación de lo musculoso que era. Finalmente agregó unas musculosas que dejaban expuestos su increíbles brazos. Los bíceps se le notaban incluso sin flexionar y los tríceps se alzaban como montañas detrás. Era increíble verlo tan fuerte.
Caminar junto a él durante todo el paseo por el shopping me calentó más de lo que imaginaba. La sensación de estar acompañando a un hombre tan grande y musculoso, incluso la idea de ser tan solo su amigo me producía un leve mareo. A eso se sumaba que todas las personas que pasaban a su lado no dejaban de mirarle los brazos, lo apretada que estaba su remera y el tamaño descomunal de su pecho. Tan solo verlo caminar tan confiado y sexual era suficiente para que más de uno no pudiera evitar mirar sobre su hombro. Me daba cuenta que cada tanto Juan ponía duro su pecho o sus brazos tan solo para sentir lo grande que se había puesto y ver la reacción de la gente al pasar.
Yo me sentía en el aire. Caminando junto a un hombre tan musculoso tenía la sensación de estarme encogiendo, pero a la vez me sentía protegido. Juan estaba super atento a mí. Más de una vez me preguntó si quería ir a comer o si quería un café. Me sentí su noviecito por un rato.
—Dale, pelotudo —le dije—, sacate las ganas de hacer compras y después vamos a comer.
Juan llenó el baúl del auto con varias bolsas y me llevó a comer a un restaurante bastante cheto que quedaba cerca del río. 
Un mozo nos recibió en la entrada y antes de preguntarle cuántos íbamos a ser, miró el cuerpo de Juan de arriba abajo. Él todavía llevaba la remera blanca a punto de explotar.
—Un apartado —pidió Juan.
Se refería a una de las mesas con sillones como cubículos.
Cuando el mozo se fue a ver si la mesa estaba lista me acerqué a Juan.
—Te podrías haber cambiado la remera —le dije en voz baja.
—¿Por?
—¿No viste como te miró el mozo?
—Sí, ¿y?
—Boludo, te estaba violando prácticamente con la mirada.
—Ja, sí, me di cuenta —dijo Juan sacando la lengua y haciéndose el goofy.
—¿No te molesta?
—¿Te digo la verdad? —dijo agachándose un poco y guiñándome un ojo— Un poco me gusta.
El mozo nos llevó hasta nuestra mesa. Daba contra la ventana y estaba alejada del resto de las personas. Juan me invitó a sentarme y me sentí de nuevo como si me estuviera cortejando. Solo verlo tan atento conmigo con ese cuerpo musculoso y fuerte me hacía tener ganas de tirarme a sus brazos para que me aplastara contra su pecho y me dijera que todo iba a estar bien. Eso y alguna que otra cosa un poco más íntima.
—Una milanesa con ensalada —pedí yo.
—¿Y el señor? —preguntó el mozo aprovechando para mirar los enormes brazos de Juan que sostenían la carta.
—Quiero… Una provoleta de entrada, unos ravioles de ricota con salsa mixta, unas quesadillas de pollo y un bife de chorizo con papas fritas.
—¿Eso solo? —pregunté yo—. ¿No querés una ensalada?
—Ah, eso y una ensalada de tomate, zanahoria y huevo.
El mozo anotó todo intentando disimular el asombro. Le echó un último vistazo a los bíceps de Juan y se fue.
—Boludo, ¿te va a entrar toda esa comida? —le pregunté.
—Estoy muerto de hambre.
—Después de comer eso vas a estar muerto también, pero del corazón o algo parecido.
—Bueno, ¿qué me decís de la primera semana? ¿Estás contento? —me preguntó sonriendo—. Yo estoy muy contento.
—Vos estás contento porque pegaste un lomazo de la puta madre.
—Ja —dijo sacando la lengua y flexionando un brazo para que viera su increíble bícep levantarse como una montaña—, si, esto me tiene contento, pero estoy contento también de que hayas aceptado sumarte con nosotros. Creo que nos va a ir muy bien y que vamos a crecer.
“En eso estamos de acuerdo”, pensé.
Cuando llegó la comida Juan se puso a comer como un animal. Se metía pedazos enormes en la boca y los tragaba casi sin masticarlos. En el tiempo que a mí me llevó comer la mitad de la milanesa él ya había terminado la entrada, los ravioles y la quesadilla. Apartó todo y atacó el bife con papas fritas como si no hubiera comido nada en todo el día.
Cuando terminó se recostó hacia atrás y se golpeó la panza inflada de tanta comer. En verdad todo su cuerpo parecía haberse inflado solo de meterse comida adentro. Sonrió satisfecho y contuvo las ganas de eructar. Un segundo después su remera se rasgó alrededor de los hombros, primero de uno y después del otro.
—Uh —dijo Juan—, se ve que sigo creciendo.
Tomó aire y la remera se rasgó alrededor del pecho.
—Boludo, te vas a quedar en bolas.
—No estaría mal —dijo y levantó ambos brazos para flexionar los bíceps.
Las mangas de su remera se rompieron más aún.
—Estoy enorme, boludo. Mirá los brazos que tengo. Parezco un patovica —dijo estirando los brazos sobre la mesa para que los viera. Sus antebrazos estaban hinchados como si los músculos empujaran para crecer aún más—. Quien iba a decir que me iba a copar volverme tan musculoso. ¿Vos no estás sorprendido?
—¿Me estás jodiendo? Obvio que me sorprendió, mirá el pecho que tenés. Parece que vas a romper la remera si respirás de nuevo.
—¿Te gustaría? —preguntó con una sonrisa malévola.
—¿A vos te gustaría?
—¡Sería genial! —dijo y sonrió sacando la lengua haciéndose el goofy.
Después flexionó ambos brazos y dijo:
—Me muero de ganas de ir al gimnasio para ver lo fuerte que soy.
Después de comer el postre (flan con crema y dulce de leche y un helado de tres sabores) Juan me llevó a mi casa. Frenó en la puerta y me miró, yo me estiré para saludarlo, pero él se quedó ahí quieto.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—¿Querés ir al cine?
—¿Ahora?
—Si, ¿por qué no?
Lo miré a los ojos. Podía ver claramente ese brillo de ilusión que había aparecido hacía cuatro días. Así como sus músculos iban creciendo, las ganas de pasar tiempo conmigo iban aumento. No sé cuál de los dos efectos me calentaba más, pero la idea de hacerme desear también me excitaba.
—Otro día, ¿te parece? —dije con una sonrisa y salí del auto.
Cuando entré a mi departamento me masturbé tres veces seguidas pensando en los músculos de Juan.

El lunes por la mañana cuando llegué a la oficina Juan estaba en su escritorio. Se había puesto una de las remeras que habíamos comprado. Era tan grande que las mangas le llegaban hasta los codos.
—Te queda bien —le dije.
—Menos mal que te hice caso —me dijo con una sonrisa.
—¿Por?
Descubrió uno de sus brazos y flexionó el brazo. Su bícep se había vuelto más grande, más redondo y duro.
—Te dije.
Recién entonces noté el bolso de gimnasio a sus pies.
—¿No íbamos a ir el martes al gimnasio? —pregunté.
—¡Arrancamos hoy! —escuché que decía Javier a mis espaldas.
Llevaba una camisa apretada y con los dos botones de arriba desabrochados entre los cuales asomaba su pecho peludo. Estaba mucho más alto que la semana pasada y sus músculos todavía más grandes a falta de grasa se veían gigantes, super definidos y fuertes. 
Dejó caer el bolso junto a su silla y se acercó y me miró desde arriba de sus pectorales. Mis ojos estaban a la altura de su cuello.
—Tu jefe mide un metro ochenta —dijo y me guiñó un ojo.
Juan se paró de la silla y se acercó a Javier. Por un segundo se miraron entre sí olvidándose que yo estaba ahí, a centímetros de sus musculosos cuerpos.
—Boludo, estamos enormes —dijo Juan.
Javi me miró y preguntó:
—¿Qué decís, Nanito? ¿Estamos enormes, o qué?
—Dos ratas de gimnasio —dije yo.
—Super ratas, querrás decir —dijo Javi y flexionó su bícep todo definido.
Como yo había llevado mi ropa para correr no tuve problema en arrancar el gimnasio ese mismo lunes. Además no iba a perderme el espectáculo de sus gigantescos cuerpos musculosos inflándose con cada movimiento. Juan se puso la ropa que había comprado conmigo, su apretada remera azul marino y un pantaloncito que resaltaba lo musculosas que estaban sus peludas piernas. Javi en cambio llevaba un pantalón largo con una musculosa que dejaba a la vista sus enormes brazos todos marcados.
Era un gimnasio de barrio bastante chico que quedaba a pocas cuadras de la oficina. Javier saludó a los que atendían en el mostrador y al personal trainer que al verlo dijo:
—Chabón, no me jodás, te estás dando con algo. Estás hecho una bestia.
—Ya quisieras, gil —le dijo Javi y flexionó un brazo para que viera el tamaño de sus músculos.
Al parecer Javi y Juan habían hablado durante el fin de semana sobre el “tema del gimnasio”. Me sorprendió que ya lo consideraran un tema, si mal no recordaba German había tardado meses antes de tener ganas de ir a mostrar sus enormes músculos al gimnasio. También es verdad que durante meses se había sacado las ganas de mostrar la fuerza que tenía usándome como pesa. Esa había sido una buena época…
Hicimos algunos ejercicios de calentamiento y después pasamos a la parte de pesas.
—Arranquemos con banco plano —dijo Javi y fue directamente a cargar la barra.
Yo me quedé mirando como ponían dos discos de los enormes de cada lado. Iban a arrancar con 100 kilos.
—Arranco yo —dijo Javi y entonces ambos me miraron.
Fue una sensación extraña. Por un lado me daba cuenta que querían que yo estuviera ahí (probablemente para ver lo fuertes que se habían puesto), pero por otro lado era imposible que yo entrenara con ellos. Ambos debían pesar más de treinta kilos que yo o algo por el estilo y eran capaz de levantar pesos que yo ni siquiera había imaginado alguna vez levantar (bueno, miento, imaginado sí, pero jamás lo habría logrado). Juan me miró como pidiendo perdón por ser tan fuerte y musculoso, lo cual me calentó de una forma extraña.
—Nano, ¿te molesta si arrancamos nosotros? —me preguntó.
—Tranquilos, yo voy por mi lado —dije y me senté en el otro banco.
Calenté con la barra pelada y después cargué diez de cada lado. 
Juan y Javi empezaron a levantar sin dificultad. Se notaba que 100 kilos no era nada para semejantes pechos. 
—Jaja, no pesa nada —dijo Juan.
—Te dije —respondió Javi.
Cargaron la barra con 40 kilos más.
Nuevamente hicieron sus ocho repeticiones sin demasiado esfuerzo, aunque se notaba que ya el peso significaba algo. Agregaron 20 kilos más y después 10 kilos más. En total estaban levantando 170 kilos.
—Tranquilo He-man —dije cuando Juan gritó con la última repetición.
Cuando se sentó pude ver el tamaño descomunal de su pecho inflado después del esfuerzo. Flexionó sus tetas musculosas frente a mí varias veces para viera lo duras que estaban.
—Soy una bestia —dijo y me guiñó un ojo.
Después fue el turno de Javi y al terminar hizo lo mismo.
—Nanito —me llamó parándose junto a Juan—, mirá las tetas que tienen tus jefes…
Sus pechos parecían ser el doble de grandes.
—¿Te ayudo con la última? —me preguntó Juan y se paró detrás de la barra.
—Cargá algo de peso, hijo de puta —dijo Javi y agregó 10 kilos más.
—Boludo, yo no tengo el lomo que tienen ustedes —dije yo—, me vas a matar.
—Dale, llorón, estás levantando 50 kilos. Te ayudamos los dos —dijo y le tiró un guiño a Juan.
Juan me ayudó a sacar la barra. Bajé despacio acompañado por sus enormes brazos.
—Dale, fuerza —me decía Javi con los brazos cruzados sobre su enorme pecho.
La barra llegó hasta abajo de todo y no pude levantarla. Juan empezó a levantarla con sus brazos. A él no le pesaba nada, ni siquiera para sus enormes bíceps que se inflaron dado que toda la fuerza la tuvo que hacer él.
—No puedo más —dije después de la tercer repetición y solté la barra.
Pero Juan no dejó que tocara el rack. La levantó y se puso a hacer bíceps. Hizo diez sin problema y la dejó. 
—No pesa nada —dijo sorprendido de su propia fuerza.
—A ver, déjame a mí —dijo Javi y me apartó para levantar la barra. Hizo veinte repeticiones y agregó—. Es verdad, no pesa un carajo.
Sus brazos empezaban a verse cada vez más grandes.
Después hicieron apertura de pecho con mancuernas y fueron directamente a las más pesadas. Yo ni siquiera hubiera podido ser capaz de levantar una sola de esas pesas, pero para ellos parecían no pesar demasiado. Cuando terminaron se pararon frente al espejo para flexionar sus pechos. Ambos se movían con dificultad como si sus pectorales de pronto se hubieran vuelto de piedra. Yo me paré a su lado para ver de cerca el tamaño de sus músculos. Ambos se miraban los pectorales comparando el tamaño y la definición que tenían. Juan era por lejos más grandote, pero Javi estaba mucho más definido por lo que ambos emanaban una sensación de fuerza increíble.
Después fueron a hacer dominadas. No importara como pusieran los brazos, si muy abierto o muy cerrado. Simplemente no les costaba. Cada uno hizo como treinta antes de intentar hacer muscleups, que tampoco les costaron demasiado.
Javi sugirió colgarse unos discos usando la soga. Agregaron 10 kilos, después 20 y una última serie de 40 kilos. Hicieron todas las repeticiones sin problema y pasaron a hacer remo. Cagaron los pesos al mango y lo mismo. Sus cuerpos a medida que avanzaban en el entrenamiento se iban inflando y se ponían cada vez más duros. Era como si no les costara hacer fuerza e incluso se sorprendían de lo fuertes que eran, mientras se daban cuenta que podrían levantar más de lo que estaban haciendo.
Después pasaron a bíceps.
—Vamos a lo bestia —dijo Javi y agarró las mancuernas de 20 kilos.
Hizo diez repeticiones sin problema y sin descansar agarró las de 25, hizo diez más y pasó a las de 30. Terminó con diez y cuando dejó las mancuernas su brazos parecían ser el doble de grandes. Sus bíceps se habían inflado hasta apretar las venas que corrían por sus brazos. Flexionó frente al espejo para que veamos lo fuerte que estaba. Su cuerpo se había vuelto de piedra. Lo mismo hizo Juan y también pude ver como a medida que levantaba más peso sus brazos se iban inflando poco a poco.
Finalmente hicieron tríceps cargando la máquina con todo lo que tenía. Yo no podía creer el tamaño que estaban ganando sus brazos. Cuando terminaron ambos se movían como si sus músculos fueran de acero. Sus espaldas se habían ensanchado y sus pechos habían adquirido un volumen increíble. Estaban todos trabados y duros, caminando con los brazos un poco levantados por el espacio que disputaban sus deltoides y sus tríceps inflados por el esfuerzo.
De regreso a la oficina Juan y Javi pasaron primero a bañarse y me quedé con las ganas de verlos sacarse la remera para descubrir el lomo que tenían. Para mi sorpresa, salieron apurados, se habían puesto camisa y pantalón de vestir. Debajo de la tela de ambos se podía ver lo trabajados que estaban sus cuerpos.
—Nos vamos a ver al cliente, Nanito —dijo Javi—, volvemos más tarde.
—Deseanos suerte —dijo Juan.
—Con estos músculos no la vamos a necesitar —dijo Javi y le pegó en el hombro.
Cuando se hicieron las seis ninguno de los dos había vuelto de la entrevista con el cliente. Cuando salí de la oficina Juan envió un mensaje al grupo:
—Nanito, estamos en un bar, venite que tenemos buenas noticias.
El bar quedaba en Puerto Madero, era un bar de esos que a medida que llega la noche se vuelve boliche. Juan y Javi estaban sentados en una mesa alta. Los brazos de ambos parecían haber adquirido un nuevo tamaño y debajo de la camisa incluso asomaban la forma de sus músculos. Ambos llevaban los primeros botones de la camisa abiertos mostrando el principio de sus increíbles pechos.
—¿Qué festejamos? —dije al sentarme junto a ellos.
—Tenemos inversores —dijo Juan con una sonrisa.
—Bien —dije yo a la espera de más información.
—No sabés lo que fue —dijo Javi con una sonrisa pícara—, ese viejo nos comió con los ojos.
—Cortala con eso —dijo Juan.
—Boludo, ¿vos te pensás que nos va a dar la plata por el sistema de mierda que armamos? —dijo Javi y mirándome a mí agregó—. El viejo no nos podía sacar los ojos de encima. Estaba fascinado con nosotros.
—No estaba fascinado, no exageres —dijo Juan.
—¿Ah no? ¿Y cuándo empezó a preguntar cuántas veces por semana entrenábamos en el gimnasio? ¿Y cuánto comíamos? ¿Y qué edad teníamos?
—Me suena que Javi tiene razón —dije yo.
—Te digo, ese viejo estaba al palo. Se ve que le gustan los machos musculoso.
A medida que se fue haciendo de noche la gente empezó a llenar el bar que como yo esperaba se fue volviendo boliche. Juan no tomaba demasiado alcohol, se notaba que la onda boliche no era su onda. En cambio Javi estaba en su salsa, perdí la cuenta de cuantos vasos se había tomado y no tardó en terminar a los besos con una mina contra la pared que aprovechó para tocarle el lomo peludo que tenía. Yo tenía un leve mareo que se fue acentuando un poco a medida que pasaba el tiempo. Cuando fui al baño me quedé un rato sentado en el inodoro intentando que se me pasara el mareo hasta que alguien golpeó la puerta con fuerza.
—¡Vamos que tengo que mear! —gritó Javi al otro lado.
Me subí el cierre y abrí la puerta. Javi cayó encima mío. Estaba más borracho que antes, con la camisa totalmente abierta. Sus peludos pectorales cayeron sobre mi cara y sentí como mi nariz y mi boca se deslizaban por sus músculos.
—¿Qué hacés, Nanito? —dijo sin poder ponerse de pie.
Pesaba demasiado para que pudiera sacármelo de encima.
—¿Qué hacés acá adentro? —me dijo y me tiró su aliento a cerveza. Me miró con una sonrisa borracha y pícara y dijo—. ¿Viniste a verme mear? ¿O querías verme sin camisa?
—Salí, boludo —intenté empujarlo pero apenas logré moverlo.
—¿Te pensás que no me di cuenta como me mirás el lomo que tengo? ¿Me querés tocar las tetas? —dijo y agarró mi muñeca con un agarre demasiado fuerte para que pudiera resistirme. Se acomodó para sentarse encima de mí y pude admirar lo ancho y fuerte de su pecho y sus abdominales todos marcados y cubiertos por una hermosa capa de pelo negro. Llevó mi mano hasta su pecho y lo flexionó para que viera lo duro que estaba—. Si querías tocar mis músculos todo lo que tenías hacer era pedírmelo. No me molesta para nada que seas puto, te admito que incluso me calienta un poco —intenté zafarme pero me apretó con más fuerza—. Dale, Nanito —dijo acercando su cara a mi oreja. Me invadió el olor a cerveza que salía de su boca, estaba terriblemente borracho—, no te resistas. Soy mucho más fuerte que vos, no estoy ni haciendo fuerza. Aprovechá y sacate las ganas de manosearme —me soltó la mano e intenté empujarlo, pero su pecho simplemente se puso demasiado duro. Con un movimiento torpe se sacó la camisa y descubrió sus enormes y redondos hombros. Al desnudo su cuerpo era todavía más impresionante. Flexionó ambos brazos frente a mí para que viera lo grandes que eran sus brazos. Después agarró mis dos muñecas y llevó mis manos a su pecho—. Tocame las tetas, dale. Mirá lo peludo y grande que está tu jefe. Ni en tus sueños te imaginaste un macho como yo encima tuyo. Sacate las ganas —dijo mientras bajaba mis manos por su cuerpo—, sentí mis abdominales. Uf, estoy re duro, ¿qué decis? ¿No te encanta lo duro que estoy? Dale, tócame. Aprovechá que esa mina me dejó re caliente. ¿Cuántas veces en la vida el musculoso de tu jefe te deja que lo manosees? —preguntó y agarró mi cabeza con las dos manos y enterró mi cara entre sus pectorales—. ¿Te gusta esto? Dale, abusame tranquilo que estoy borracho y que mañana no me voy a acordar de nada. Sacá la lengua y lameme las tetas —su cuerpo todo duro olía maravillosamente a hombre, a hombre fuerte y musculoso—. Qué suerte que tuviste con este laburo, ¿eh? Tus dos jefes son unos machos musculosos y vos en la primera fila para ver cómo nos inflamos. Para vos venir al laburo debe ser como estar en una porno. Tus dos jefes todos musculosos y vos un putito diminuto esperando que nos saquemos la remera para que veas lo enorme que somos. Apuesto a que te la pasas fantaseando que te cojamos, que te metamos la pija por el culo y la boca al mismo tiempo. Boludo, no nos costaría nada. ¿Cuánto pesás? ¿Sesenta kilos? ¿Sabés lo que te puedo hacer con la fuerza que tengo? Vení —dijo y con dificultad se puso de pie. Me levantó del inodoro como si no pesara nada y me aplastó contra la pared. Pude sentir todo su musculoso cuerpo contra el mío a medida que me apretaba y se movía de lado a lado—. Boludo, sos una pluma. Hay pesas más grandes que vos en el gimnasio. ¿Te gustó ver cómo nos inflábamos hoy en el gimnasio? Apuesto a que querías entrar al baño para vernos en pelotas. Con Juancito nos estuvimos tocando los músculos para ver lo duros que estábamos. Hubieras acabado ahí mismo. Delante de tus dos jefes musculosos.
En ese momento se abrió la puerta y pude ver a Juan antes de que empujara a Javi y me levantara en brazos. Me cargó fuera del baño y conmigo en brazos salió del boliche. Yo estaba demasiado mareado para pensar y hundí mi cara entre su brazo y su pecho y me dejé cargar durante cuadras como si me hubiera rescatado de un incendio. El viento frío me hizo notar mi pantalón mojado en la entrepierna.
 

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Comenten! Así me divierto con las cosas que piensan.

3.

Desperté con un terrible dolor de cabeza. Sentía que a mi cerebro le costaba organizar la ideas, a mis orejas todo ruido les parecía demasiado fuerte y mis ojos apenas podían soportar la luz del día. Me quedé acostado en la cama. Lo primero que logré hacer fue abrir los ojos. Mi cerebro se tomó su tiempo para entender que estaba mirando un techo que no reconocía. No me animaba a girar la cabeza porque sabía que eso iba a doler, así que me quedé acostado esperando a que las cosas cobraran sentido por su cuenta.
En ese momento escuché la ducha. Estaba prendida en algún lado, pero mis oídos tardaron en distinguir los sonidos entre sí.
Me senté despacio.
Todavía llevaba la ropa de la noche anterior. Estaba acostado en una cama doble, en un cuarto que no conocía.
La ducha se apagó y un minuto después Juan entró en la habitación. Llevaba una toalla alrededor de su cintura. Su ancho y musculoso torso estaba todavía mojado, disparaba brillos desde todos los ángulos marcados de su enorme pecho, alrededor de sus hombros como piedras y a lo largo de sus abultados bíceps. Sin remera sus músculos parecían todavía más grandes. No. Corrección: no parecían más grandes; se había vuelto más grande. Lo veía claramente ahora, Juan estaba más ancho y más musculoso.
—¿Cómo te sentís? —preguntó él y me sacó de la lenta ensoñación que tuve al imaginar cómo sería apoyar mis manos sobre su cuerpo sintiendo la dureza de cada uno de sus músculos, pero sobre todo de su redondo y poderoso pecho que sobresalía de su cuerpo como dos montañas cuya sombra se extendía sobre sus abdominales.
En ese momento, como un espejo que se rompe en varios pedazos, volvieron a mí las imágenes de la noche anterior. El cuerpo de Javier cayendo sobre mí, mi boca acariciando sus pectorales, mi nariz raspando sobre los pelos de su pecho, lo duro que estaban sus abdominales y lo inflado de sus brazos al someterme para que lo tocara, para que lo manoseara, para que disfrutara de sus tetas, de sus músculos…
—La cabeza me da vueltas… —dije.
Juan salió del cuarto. Volvió con un vaso de agua y dejó caer en él una pastilla que empezó a efervescer. Se sentó en la cama y me lo alcanzó. Lo tomé esperando que fuese algo instantáneo. Claramente no lo fue…
Poco a poco las imágenes de la noche anterior adquirieron sentido. Al menos un sentido posible. Javier me había abusado y eso me había calentado hasta el punto de no poder procesarlo, de no poder pensar qué significada. En ningún momento me había dado miedo, pero había sido un abuso, había usado su increíble fuerza para someterme a sus deseos y eso me había calentado hasta la locura. Lo que me había sorprendido es que no había sido como con German. Con German yo había tenido miedo de que me lastimara, con Javier en ningún momento había sentido ese miedo, al contrario, me había sentido protegido de alguna forma extraña.
De pronto tuve unas ganas irrefrenables de que se volviera más grande, más musculoso…
—Me podés contar… —dijo Juan.
Lo miré a los ojos, pero no pude evitar que mi mirada cayera luego en su pecho. ¡Dios mío! ¿Cuándo se había vuelto tan musculoso? Su pecho era simplemente enorme. Sobresalía de su torso en todas la direcciones y entre ambos pectorales se había formado un valle con algo de pelo, solo lo suficiente para resaltar la separación de los músculos. Emanaba una fuerza increíble y una sensación de virilidad.
—Mis ojos están acá… —dijo sonriendo.
—Perdón, no me di cuenta. Boludo, ya sabés que me gustan los flacos, ponete algo o te voy a seguir mirando, no puedo evitarlo, tenés el pecho muy musculoso, me impresiona.
Juan se puso una remera y se volvió a sentar, recién entonces pude mirarlo a los ojos. Estaba preocupado.
—Dale, Nano, soy yo, me podés contar… —dijo él.
—¿Qué cosa?
—Lo que pasó ayer.
—¿Qué pasó ayer?
—Vamos, Nano, lo vi.
—¿Qué viste?
—Javi estaba…
—A punto de vomitar.
—¿Eh?
—Si mal no recuerdo me salvaste de que me vomitara encima. El salame estaba demasiado borracho y no podía ponerse en pie. Yo no tenía forma de levantarlo dado que el cerdo ese pesa treinta kilos o más que yo. Intenté ayudarlo y casi me aplasta.
Juan me miraba sin entender nada.
—Te aseguro que la próxima dejo que vomite solo.
Juan abrió la boca, pero no dijo nada.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—No, nada, pensé que… Pensé otra cosa… 
—¿Qué cosa?
—No, no sé, pensé que había pasado otra cosa… Javi se pone pesado cuando toma… Yo ya lo conozco. Se pone… eso… pesado…
—Sin duda estaba pesado, no importó cuanto intentara levantarlo no pude ni moverlo.
—No me refiero a eso, se pone caliente y todo el tiempo está queriendo que lo toquen. Lo sabré yo que siempre que salimos me pide que lo toque. Está re loco, pero no es mal pibe.
—Ya sé que no es mal pibe, estaba demasiado borracho, pero te digo, no pasó nada de eso. 
Juan me miraba a los ojos para ver si yo decía la verdad.
De alguna forma extraña estaba diciendo la verdad y supongo que por eso cambió de tema.
—¿Cómo te sentís?
—Mejor, gracias. Debo haber tomado más de la cuenta. Supongo que estoy en tu casa. ¿Cuándo me quedé dormido?
—En el auto. Estabas muy borracho.
—Por suerte al menos uno de mis jefes estaba más borracho que yo. Así nadie me va a poder decir nada en el trabajo.
—¿Jefe? —preguntó Juan extrañado.
—Ya sabés, es una forma de decir.
Juan me miró de reojo.
—¿Te querés bañar? —me preguntó.
Lo que me hubiera gustado hubiera sido bañarnos juntos.
—No, gracias, mejor me voy a casa.
—No tenés que irte si querés, digo… Si querés podemos comer algo…
—Hoy es martes… ¿No tendríamos que trabajar?
—Olvidate, con la noticia de ayer bien podemos descansar por un día.
—Ah cierto, lo de ayer… 
—Bueno, ¿qué decís? ¿Te quedás a comer conmigo? Te puedo cocinar algo rico que no sea demasiado pesado.
Miré a Juan y vi esa ilusión inconfundible en sus ojos. Verlo mirarme así me producía una mezcla de ternura, afecto y calentura. 
—Dale —dije y para mi sorpresa saltó de alegría.
—Te voy a cocinar mi plato preferido. Te va a encantar —dijo y salió del cuarto.

A la mañana siguiente cuando llegué a la oficina encontré a Javier sentado en su escritorio. No levantó la mirada de su computadora ni siquiera cuando lo saludé de lejos. Me senté frente a la mía y esperé. Sonó el teléfono de Javier y él atendió.
—Dame un segundo —dijo y se fue a la sala de reuniones para que no lo escuchara.
Salió unos minutos después. Se rascó la cabeza como si dudara. No pude evitar notar que sus músculos estaban más grandes, no había crecido en altura, pero de seguro había ganado algunos kilos más. Ya no quedaba nada del antiguo Javi, su cuerpo alguna vez flaco aunque fibroso había sido reemplazado por el de un macho cubierto de músculos. Incluso su pecho parecía haberse vuelto más ancho.
Exhaló todo el aire cansado y se acercó a mi escritorio.
Se apoyó contra la mesa y dijo:
—Nano, che, sobre lo que pasó la otra noche…
Lo miré como si no pasara nada. Como si no supiera de qué estaba hablando.
—Te… Te quiero pedir perdón… No sé qué me pasó… bah, la puta madre, sí sé que me pasó… Pero no quiero que pienses que quise abusarte o algo por el estilo… Cuando tomo mucho me pongo así… Juan ya me lo dijo mil veces… Estaba muy contento por lo del cliente y se me fue la mano… Literal…
—Está bien, Javi… No me tenés que explicar nada yo también estaba borracho… Además no pasó nada… Cuando me emborracho yo también hago cosas que quizás no haría estando sobrio…
Javier me miró. Un destello de ilusión cruzó su mirada.
—Sí, ¿no? Como que a uno se le sueltan algunos cables…
—Varios diría yo…
—Ja, sí, varios cables… Che, pero quería saber si está todo bien… entre nosotros digo… Me preocupa que te sientas incómodo… Para Juan y para mí es muy importante el trabajo que hacés con nosotros… 
—No tenés que explicar nada, chabón. Fue una borrachera…
—Claro, fue una borrachera, pero bueno, quería decirte que… que está todo bien de mi parte… Y que espero que esté todo bien… Que vos estés bien…
—Está todo más que viene —dije y le guiñé un ojo.
—Me alegro, chabón… —dijo y me dio una palmada en el hombro.
Me estremecí sin poder evitarlo.

Ambos dejaron de crecer a los siete días desde que les diera “la primera dosis”. Juan dejó de crecer el jueves y Javi se infló un poco más al día siguiente, pero eso fue todo. Ambos medían ahora un metro ochenta y sus músculos habían alcanzado un tamaño considerable. No estaban para un concurso de Mr. Olimpia, pero quizás con algunas dosis más estarían a punto. Todavía no se habían acostumbrado a sus músculos y más de una vez los pude ver admirando sus propios cuerpos en el espejo. Sobre todo durante y después del gimnasio. Estaban levantando cada vez más peso y cada vez se los veía más concentrados en sus propios músculos, en lo duro que se ponían sus cuerpos. Como todos los hombres, estaban obsesionados con el tamaño de su pecho y sus brazos.
Y también podía notar como flotaba en el aire una suerte de atención hacia mí. Cada tanto encontraba los ojos de Javi mirándome de una manera extraña y se apuraba a apartar la vista; tenía un aspecto entre caliente y enojado. Juan en cambio parecía un perrito conmigo, un perrito de casi cien kilos, pero un perrito al fin. 
Después de la primera reunión con el cliente nos habíamos comprometido a realizar unos cambios en la aplicación por lo que teníamos que apurarnos. Durante toda la semana Juan y yo nos concentramos en eso y cuando llegó el viernes siguiente le pregunté a Juan qué iba a hacer el fin de semana. Sin sacar la vista de la computadora dijo:
—Me voy a pasar el fin de semana codeando, sino no vamos a llegar.
Me lo quedé mirando, estaba concentrado en su código.
—¿Querés que vaya para tu casa y laburamos juntos? —pregunté con tono inocente.
Levantó la vista de la computadora. Un destello de ilusión y una sombra de duda cruzó por su mirada.
—Uh, Nanito, me re coparía, pero no es necesario, no quiero sacarte el fin de semana por esto.
—Dejate de joder, chabón, no vas a llegar solo. Si lo hacemos juntos este fin de semana lo cerramos.
—Dale —dijo contento—, me copa. A cambio te cocino algo.
—Trato hecho.

El sábado por la mañana toqué el timbre de la casa de Juan.
—¡Ahí voy! —escuché que decía.
Después escuché pasos que corrían de un lado a otro y finalmente abrió la puerta. Llevaba una de sus viejas remeras de color blanco que para esta altura estaba a punto de explotar. Sus musculosos pectorales y sus redondos hombros duros como piedras asomaban como si llevara una armadura debajo. Había algo embriagador en tan solo volver a ver a Juan y su cuerpo, moverse, hacer el más mínimo gesto. Todo en él se había cargado de una tensión sexual y masculina que me excitaba y al mismo tiempo me producía una extraña ternura. Como si al mismo tiempo que se estuviera volviendo cada vez más grande, una parte de él se estuviera volviendo cada vez más chiquita.
—Hey, me agarraste en pijama —dijo riéndose y sacó la lengua haciéndose el tonto.
Se llevó un mano a la cabeza y pude ver su increíble brazo inflarse y tanto en el bícep como en el trícep. Sus brazos se habían vuelto increíbles.
Se apuró en ordenar la casa que parecía haber sido un campo de batalla y mientras corría de un lado a otro pude ver los tarros de proteína en polvo y de creatina junto a la heladera.
—¿Y esto? —pregunté con una sonrisa.
Juan asomó la cabeza desde el cuarto.
—¿Qué cosa? Ah, proteína —dijo y siguió limpiando.
—Si, pero ¿desde cuándo tomás proteína?.
—¿No es obvio?
—Si, supongo que sí lo es.
Salió del cuarto con una bolsa de ropa sucia que metió en el lavarropas.
—Solo que no sabía… digo, me llama la atención… ¿Qué onda? ¿Querés ponerte más grandote?
—Zi —dijo sacando la lengua de nuevo y flexionó ambos brazos para que viera lo grandes que estaban.
—Chabón, ya estás enorme, ¿para qué querés ser más grande?
—No sé, simplemente me dan ganas, es algo adictivo supongo. Además creo que todavía tengo bastante más para crecer. Estos últimos días no aumenté de peso ni nada, pero algo me dice que dentro de poco voy a tener otro crecimiento acelerado.
—¿Si? —pregunté extrañado y divertido a la vez—. ¿Qué te hace pensar eso?
—No lo sé —dijo rascándose la cabeza.
Amaba verlo hacer eso: extender la mano y que se ensanchara su pecho y su espalda se abriera y ver como el brazo abultado y cubierto de músculos hacía su hermoso y trivial trabajo y, sin embargo, fundamental: calentarme.
—Es como que presiento que lo que pasó fue tan solo el comienzo —dijo mientras se preparaba un batido de proteína—. ¿Viste que dicen que a la suerte hay que ayudarla? Bueno, yo creo esas cosas. O sea, quizás existe dios, y bueno, dios, o quien sea, quiso que me pasara esto, pero yo no quiero quedarme quieto sin hacer nada, o sea quiero acompañar esto. ¿Me explico?
—A la perfección —dije yo.
Vi como su grueso y hermoso cuello tragaba el licuado. Tiró la cabeza hacia atrás y estiró todo su torso. Dios mío, esa remera estaba a punto de explotar.
Nos pusimos a trabajar y después de una hora de intenso desarrollo Juan se sacó los auriculares y se puso a hacer flexiones de brazos. Yo me lo quedé mirando subir y bajar a toda velocidad. No parecía costarle en lo más mínimo, pero con cada flexión su pecho y sus brazos se fueron inflando. Hizo cien y se volvió a sentar. Ni siquiera respiraba más acelerado.
—¿Y eso? —pregunté.
—Me sirve para volver a concentrarme. Descubrí que cuando gasto algo de energía como que vuelvo a pensar con claridad, sino se me va la cabeza…
—¿A dónde?
—Se va, viste como que te aparecen otros pensamientos…
—¿Qué pensamientos te aparecen?
—Vas a pensar que estoy loco.
—Decime, boludo, no voy a pensar nada.
—Pienso en entrenar.
—¿Entrenar qué?
—En ir al gimnasio, en entrenar los músculos.
—¿Y eso no te deja pensar?
—Si, pero como que me molesta. No sé si te pasó, pero como que de repente quiero hacer fuerza, mucha fuerza, como que necesito algo que me desafíe.
—¿Esas flexiones te desafiaron?
—No, pero es algo. No tengo un gimnasio en casa.
—¿Querés que te ayude?
—¿Eh? —me miró sin entender.
—Acostate.
Sin dudarlo Juan se acomodó en el suelo para hacer una flexión. Me senté sobre su espalda y dije:
—Dale…
—Agarrate —respondió excitado por el desafío.
Puse mis manos sobre sus increíbles hombros y para mi sorpresa empezó a bajar y subir con la misma intensidad que antes, como si yo no estuviera sobre su espalda. Hizo cien flexiones y me dejó bajar. Cuando se levantó la remera se abrió a los costados de su pecho y sobre sus brazos. Sus músculos parecían simplemente el doble de grandes. Se arrancó la remera y quedó en cueros.
Ver su cuerpo todo musculoso y duro tan de cerca me aflojó las rodillas. Su pecho parecía hecho de un material diferente, algo duro y capaz de flexionarse sin problema a la vez. Juan flexionó sus increíbles brazos y después se estiró para que yo pudiera ver todo su magnífico torso.
—¿Te jode si hago otra? —preguntó.
Me senté en su espalda y volvió a hacerlo. Cuando se levantó parecía todavía más grande.
—Boludo, estas hecho una bestia. ¿En serio querés ser grandote?
Lo seguí al cuarto y se paró frente al espejo.
—Me copa, mirá como tengo el pecho —dijo mientras se miraba en el espejo.
Tuve que reprimir mis ganas de acercarme a tocarlo con mis manos y sentir lo grande y fuerte que estaba.
Seguimos trabajando y para mi sorpresa Juan no volvió a ponerse la remera. Incluso me dejó casi sin aliento cuando fue al baño y volvió con un short que dejaba a la vista prácticamente todos los enormes músculos de sus largas piernas. Se puso a hacer sentadillas y al rato dijo:
—Nanito, ¿te jode si te cargo?
—Dale, He-man —le dije y me subí a su espalda.
La sensación de estar siendo cargado por esa poderosa espalda me produjo un calor en la cara. Podía ver todos los músculos de su cuerpo y sentirlos debajo de mis manos sobre sus hombros. Juan hizo cien sentadillas y me dejó bajar. Sus piernas ahora parecían el doble de grandes.
—De haber sabido que iba a ser tan buen entramiento usarte de pesa te habría invitado a casa el fin de semana pasado.
—Boludo, tenés las piernas enormes.
—Cuando termine la serie vas a ver lo que son unas piernas enormes.
Era verdad. Cuando terminó parecía tener dos jamones en cada pierna. Era simplemente increíble. Después llegó el turno de hacer espalda. Para mi sorpresa había colgado una barra en la puerta. Me pidió que me colgara de sus hombros y subió y bajó una incontable cantidad de veces antes de apoyar sus pies. Yo me quedé agarrado a su espalda como si fuera una mochila y como si él no notara que estaba ahí se paró delante del espejo para flexionar el pecho y los brazos. Podía sentir debajo de mis manos sus increíbles músculos ponerse duros, subir y bajar. Me dejé caer y Juan se dio vuelta para enfrentarme.
—¿Puedo probar algo más? —preguntó.
—¿Qué cosa? —dije desconfiado.
—Agarrate de mi hombro —dijo y me levantó con sus brazos—. Agarrate fuerte.
Se puso a hacer bíceps con mi cuerpo. Me subía y me bajaba y en cada movimiento podía ver sus brazos volverse más grandes, podía ver sus hombros redondos todos tensados y su pecho inflándose con cada esfuerzo. Todo su cuerpo enorme trabajando para volverse más grande. Pude oler el aroma de hombre que emanaba de su transpiración y sin querer apoyé mi brazo alrededor de su cuello y sentí todos esos músculos tensarse. Era increíble la fuerza que tenía.
Después de hacer treinta repeticiones me dejó en el piso y extendió los brazos frente a mí para que viera lo grandes que estaban.
—¿Qué te parece?
Vestido tan solo con ese short, casi todo su cuerpo estaba expuesto de una manera hermosa. Todos sus enormes músculos, su pecho que me quitaba el aliento y sus brazos que me hacían pensar en cosas fuertes. Juan se había vuelto una bestia.
—Wow… —dije sin encontrar otras palabras.
—Jaja, ¿te jode si hago otra?
—Para nada —dije y levanté los brazos.
—Mierda que soy fuerte —dijo—. Siento como se me hinchan los brazos con cada movimiento.
Después de hacer las últimas en las que puso todo se esfuerzo y pude sentir su cuerpo contra el mío ponerse todo duro por el esfuerzo me dejó en el piso. Puso sus enormes brazos en jarra y respiró frente a mí haciendo crecer su pecho.
Estuve a punto de levantar mis manos para apoyarlas sobre sus enormes pectorales, pero por suerte desperté de la ensoñación de su cuerpo frente a mí y me fui al baño. Tenía la pija parada debajo del pantalón y me puse a pensar en otras cosas para que se me bajara. Cuando salí del baño encontré el cuerpo de Juan colgado de la barra; subía y bajaba delante de mí. Su torso todo estirado así como sus abultados brazos dejando expuestas sus axilas y sus piernas peludas. Mi pija volvió a ponerse dura.
Hizo otras cien y se descolgó.
—Boludo es increíble lo fuerte que soy —dijo Juan flexionando sus brazos—. No me canso, siento que podría hacer mil.
—¿Podés hacer flexiones con una mano? —pregunté.
Se agachó y pude ver toda su espalda contraerse cubierta de músculos. Apoyó una mano y se puso a hacer flexiones.
—Subite —me dijo después de hacer diez.
Me senté sobre su espalda.
—No, acostate porque si no te vas a caer.
Mi mente se trabó en ese instante. Me puse de pie.
—Mejor sigamos trabajando… —dije de pronto sin poder ocultar mi incomodidad.
—Dale, boludo, no pasa nada, si te acostás encima mío no te vas a caer —dijo arrodillado.
Podía ver su pecho hinchado de todo ese entrenamiento entre sus enormes brazos. Ese short parecía quedarse cada vez más chico a medida que se le inflaban los músculos. Parecía estarse quedando en bolas frente a mí. Su culo perfecto apretaba la tela como si quisiera romper el pantalón para quedar expuesto.
—Si no nos ponemos a laburar no vamos a llegar.
—Dale, Nanito, solo una serie, quiero ver si puedo hacerlo.
—Mejor no, Juan, dale… No jodas… —me senté frente a la compu.
—¿Pasa algo? —dijo acercándose a mí.
Se paró al lado mío. Todo su increíble y musculoso cuerpo brillando de transpiración junto a mí. Sus piernas que parecían ser el doble de grandes que las mías y su majestuoso pecho de macho musculoso todo hinchado.
—No, no pasa nada —dije acomodándome en la silla para que no se me notara la elección.
—Hey… Me podés contar —me puso una mano en el hombro.
Aunque fuera solo su mano, sentir su cuerpo tocando el mío, su hermoso cuerpo todo duro y fuerte, me hizo perder el control.
—¡Boludo, ¿te podés vestir?! ¿No te das cuenta que estás prácticamente el pelotas? No puedo más… Mirá el lomo que tenés… Me estás matando…
Juan se sorprendió y se miró el cuerpo como si no se hubiera dado cuenta. En ese momento entendió todo lo que pasaba. Me paré y me alejé unos pasos.
—Disculpame —dije—, no quise… Es que… discúlpame…
Juan se metió en el baño y prendió la ducha. Cuando volvió llevaba un pantalón largo y una remera XXL. Se sentó en su silla.
—Nano —me llamó para que lo mirara.
Me di vuelta totalmente humillado.
—Disculpame, chabón, te juro que no me di cuenta. Jamás se me pasó por la cabeza que te…
—No lo digas… —lo interrumpí.
Juan se quedó callado. Parecía tener el corazón hecho mil pedazos. Yo me daba cuenta que su afecto hacia mí se había vuelto otra cosa, pero sexualmente no estaba interesado en mí, me daba cuenta. No era como Javier, en él se notaba que quería algo conmigo aunque ese deseo fuera producto de mi semen. En Juan no había pasado eso, mi leche le había hecho crecer el cuerpo de una forma maravillosa. Y me daba cuenta de que me quería más que antes, pero me quería como a su mejor amigo. Por eso tenía esa cara, porque sentía que la había cagado con su mejor amigo.
—Lo entiendo perfectamente —dijo después de un rato—. No quiero que creas que me estaba aprovechando o que estaba jugando con vos. Te juro que no lo voy a volver a hacer. Escuchame —dijo y lo miré—. Posta te digo, tu amistad es muy importante para mí. Boludo, te quiero mucho, en serio.
—Está bien, Juan, dejalo.
—No, en serio —insistió—, te digo en serio, te quiero mucho, chabón.
Tragué saliva y conteniendo las lágrimas dije:
—Yo también te quiero mucho.
Al decirlo sentí como algo se aflojaba en mí.
—Pero la concha de tu madre, imaginate si yo fuera una rubia con unas tetas enormes y un culo perfecto y estuviera en un traje de baño diminuto pidiéndote que te acuestes encima de mí. Te morirías ahí mismo.
Nos reímos y Juan me miró con una sonrisa pícara y dijo:
—¿Tengo el culo perfecto?
—Y las tetas enormes —dije y nos volvimos a reír.
—Si fueras una mina así, estarías con Javi —dijo Juan—, esa es el perfil de mina que le gusta a él.
—¿Y a vos no?
—O sea no te voy a decir que no me calienta, pero no sé, a mí me gustan las minas flaquitas y chiquitas. No te voy a negar que por eso me copa haber crecido tanto. Ahora todas las minas me parecen mucho más chiquitas. Igual también a mí me pasa que la calentura no me viene así en cualquier cosa. Supongo que soy medio romanticón.
—Igual que Javi —dije y nos reímos de nuevo.
Cuando se hizo de noche me levanté de la silla, me estiré y dije.
—Bueno, me parece que me voy yendo.
Juan hizo girar la silla y dijo:
—¿Seguro? ¿No te querés quedar a dormir así no tenés que volver mañana? Podemos pedir unas hamburguesas y vemos una peli.
Respiré profundo e intenté pensar. No quería irme, pero había algo de estar alrededor de Juan y que no pasara nada que me volvía loco. De pronto tuve una idea.
—¿Me puedo bañar? —pregunté—. Me copa lo de quedarme, pero necesito bañarme.
—Obvio —me respondió Juan— Si querés te puedo prestar una remera para dormir.
Me metí en la ducha y dejé que el agua me aflojara. Dios mío, ver el cuerpo de Juan tan musculoso y prácticamente desnudo haciendo flexiones, sentadillas y barra alta me había calentado más de lo que había podido imaginar. Cerré los ojos y fantaseé cómo sería tocar su pecho, esos enormes pectorales todos trabajados y duros, sentir lo fuerte que se había vuelto, lo duro que estaba. Pasar mis manos a lo largo de sus brazos mientras los flexionaba, tocar sus abdominales y acariciar y apretar sus piernas mientras las ponía duras, sentir la forma de su culo, hundir mi cara en su entrepierna y meterme en la boca esa enorme pija que de seguro había crecido como el resto de sus hermosos músculos. Me lo imaginé entrenando en bolas, con la pija enorme y parada mientras hacía dominadas colgado de la barra y yo colgado de su espalda mientras me decía…
—Nanito, che ¿te gusta la salsa mixta? —lo escuché gritar.
—¡Eh! ¡Sí! —respondí sintiendo como se me iba la calentura.
Me miré la pija a medida que se bajaba y pensé esto: “Si tan solo pudiera hacer que me la chupase, quizás Juan tendría ganas de coger conmigo”. Fue algo de un segundo, porque ni bien apagué la ducha me dieron ganas de comer y de tirarnos a ver una peli juntos. Eso fue lo que hicimos.

Para el lunes habíamos terminado todo lo que nos habíamos comprometido a hacer y después de una breve demo en forma virtual, el cliente nos pidió algunos cambios más y que fuéramos en una semana a sus oficinas para una reunión presencial.
Ni bien cortamos Javi le dijo a Juan:
—Uh, boludo, sabés lo que estaría bueno…
Juan y yo lo miramos.
—Sería una locura si creciéramos un poco más… Conseguiríamos que ese viejo nos ponga toda la pasta que tiene…
—¿Vamos al gimnasio? —preguntó Juan.
Yo me levanté de la silla y dije:
—Muchachos, antes me voy por un café para tener algo de pilas. ¿Les traigo uno?
—Dale —dijeron los dos a la vez.
Por dentro mi corazón se saltó unos latidos.

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